 Judaísmo, Israel y Catalunya
Toni Gisbert, (histórico dirigente del Partit Socialista d?Lliberament Nacional).
Aproximarnos al modelo nacional de Israel sin posicionarnos en el conflicto que enfrenta a este Estado con los palestinos y el mundo árabe es difícil. Pero lo que intenta este artículo no es hablar de política internacional, sino esbozar algunos apuntes sobre varios modelos de construcción nacional.
Artículo de Toni Gisbert publicado en la revista Lluita*
La primera pregunta que uno se hace cuando se acerca al judaísmo es cómo es posible que los judíos hayan podido mantener su identidad a lo largo de 3.000 años de historia, la mayor parte de los cuales sin un Estado propio y siendo víctimas de sucesivas invasiones que los minorizaron en su propia tierra, de una dispersión por todo el globo (la Diáspora ?‿), y de dos milenios de genocidio en Europa, el punto álgido del cual fue el nazismo. La respuesta se puede intuir en parte en la diversidad propia del judaísmo, que tanta perplejidad causa en el dogmático mundo cristiano. Porque a menudo uno se pregunta, desde la tradición cristiana, que es exactamente ?ser judío‿, que une a aquellos judíos creyentes tradicionales y el laico, descreído y sarcástico Woody Allen, por ejemplo. El judaísmo «EI hecho judío va más allá de la religión» Primero hecho a tener en cuenta: el judaísmo se el primer monoteísmo exitoso de la historia. hubo intentos anteriores a Mesopotamia, Egipto y Roma, pero era muy difícil que los grandes imperios territoriales que integraban culturas bien diversas pudieran imponer una religión unificada. Aun así, el Estado de Judá, pequeño comparativamente pero cohesionado culturalmente, si que podía hacerlo. Ahora bien: que hace que esta posibilidad fructifique en una realidad exitosa? La reforma religiosa impulsada desde el Estado para imponer un monoteísmo corno instrumento de cohesión ante Ia amenaza exterior. La centralización, pero, no será suficiente: Judea será invadida Pero la religión del Dios único pasara a ser asumida por la clase dominante corno elemento de cohesión frente a la ocupación y el exilio, y poco a poco ?la ideología de la clase dominante se la ideología dominante‿. esto explica el nacimiento del judaísmo como una religión, pero el hecho judío va más allá de la identificación con una religión y, sobre todo, de una manera unificada de entender esta religión. El segundo hecho que hace falta tener en cuenta se la destrucción del Templo ?El único lugar dónde se podían hacer ofrendas al Dios- por parte de los ocupantes, cosa que implicara, en un proceso interrelacionado con la Diáspora, la no existencia de una iglesia ni de una doctrina unificadas: en el judaísmo no hay un Vaticano, ni dogmas de fe, ni ayatolas con poder por proclamar fatwas ni el menor asomo de edictos religiosos de obligado cumplimiento para los creyentes. Sólo hay estudiosos de los Iibros sagrados que ofrecen interpretaciones y que forman escuelas (y a salto de mata), pero sin ninguna autoridad formal sobre la comunidad. Con el tiempo y la interrelación de Ias diferentes comunidades judías con su medio cultural y político de residencia, se han multiplicado Ias diferentes formas de entender el judaísmo Y de aquí el dicho: ?dos judíos, tres opiniones‿. Tercero hecho: Ias sucesivas ocupaciones sufridas harán aparecer el mesianismo. Los sectores populares anhelaban la llegada de una cabeza política y militar que encabezas la revuelta contra los ocupantes; los potentados , un mesias espiritual, que restauraría el orden moral. En cualquiera de los casos, hace falta destacar que en el judaísmo el castigo y la recompensa tienen lugar en este mundo, y no en un mundo futuro del más allá. La persistencia de Ia ocupación, el fracaso de Ias diversas revueltas y la Diáspora convertirían en mayoritaria la lectura del mesianismo como una restauración moral, la cual debe tener lugar en la Tierra y depende no de un enviado (¿celestial?) sino de los mismos judíos, de su respeto por la Iey -la Tora y el Talmud- y por Ias tradiciones que conforman la identidad de su pueblo. En el judaísmo no se puede estimar (querer) a Dios y odiar a este mundo; no hay ningún dualismo entre una materialidad despreciable y una espiritualidad superior; no se Debe de quien solucionara los problemas de la Tierra. El mesianismo se convierte así en una voluntad de tikkoen olam, el principio de «restaurar el mundo», mejorarlo, perfeccionarlo, mediante la acción del hombre justo, la cual contribuye a la aproximación de la era mesiánica, la era de la justicia. El cuarto hecho que hace falta tener en cuenta es la lustración. Las revoluciones burguesas proclamaron los derechos de los ciudadanos, y Ia emancipación de los judíos significa su adhesión a los nuevos estados emergentes. «Ser judío» pasa a ser una cuestión privada, compatible con «ser francés» o alemán. Por otro lado, el avance de la Ilustración alimenta una corriente profundamente renovadora y abre la puerta a una interpretación laica del hecho judío: ya no implicaba necesariamente una creencia religiosa, sinó una moral, entendida como lectura del mundo. Este último hecho tuvo unas consecuencias importantísimas: mientras que el cristianismo no asumió lo que implica (los valores) la Ilustración hasta el Concilio Vaticano II, y el islamismo todavía se muy lejos de vivir (pasar por) un proceso de renovación parecido, el judaísmo laicizado dio lugar a una impresionante oleada de pensamiento, organizaciones y personas que, guiadas por aquel principio de restauración del mundo, entendido de manera secular, impulsaron en buena medida los movimientos liberales, progresistas y socialistas. Los principales protagonistas de este proceso serían los judíos askenazís de la Europa central y oriental, muchos de los cuales acogieron con entusiasmo el ideario socialista. El racismo de raíz cristiana ?El antisemitismo es la reacción contra la Lustración. Desde su nacimiento, el judaísmo ha tenido relaciones mucho mejores con el mundo musulmán que con el cristiano. Y es natural que así sea si tenemos en cuenta que el cristianismo es, en origen, una escisión del judaísmo, la cual, para afirmarse y crecer, esta obligada a «matar el padre». Cristo, en el caso de haber existido realmente, era judío, y los primeros cristianos, una secta judía. Y los famosos primeros mártires, aquellos que eran lanzados a los leones por Nerón, eran en realidad judíos, castigados por protagonizar revuelta tras revuelta en (contra) Roma. El cristianismo no se empezó a separar del judaísmo hasta el Concilio de Jerusalén, en el año 50. No es este el lugar de hacer la interesantís ma ?y desconocidísima historia del nacimiento del cristianismo, de su ensañada lucha contra la matriz judía y contra las otras religiones con pretensiones de universalidad con las cuales compitió (sí: la cosa podía haber ido de otro modo), ni de las razones sociales que lo convirtieron en ideología de estado en un contexto de crisis del modo de producción esclavista. Lo que ahora nos interesa es remarcar que el cristianismo ha (¿dirigido?) una lucha sin piedad contra el judaísmo durante dos milenios (hace falta recordar las políticas de apartheid, la Inquisición, las Cruzadas, las matanzas en gran número, las expulsiones de todo Europa, los progroms, la indiferencia ante la política de los nazis...?). Cuánta gente sabe que los judíos acogieron los musulmanes como a libertadores y lucharon con ellos contra los visigodos en la península ibérica en el año 711? 0 que los judíos sefardíes vivieron una época de brillante (Áurea) en el norte de África bajo el califato omeya? 0 que en Palestina siempre vivieron judíos ininterrumpidamente [todo y] (durante) la dominación musulmana? La reacción contra la Ilustración va poder (está influida por o basada en) este racismo cristiano ancestral (y se trasmudó dando una vuelta de tuerca (un cambio de sentido) de la religión a la «raza», contraponiendo una «raza aria» a una «raza judía» causante de todos los males: es el antisemitismo. La translación -que tuvo lugar precisamente allí donde había nacido la Ilustración, y dónde entonces tenía lugar la reacción contra ella, La Alemania y la Francia de la restauración postnapoleonica- tuvo efectos gravísimos: del judaísmo se podía huir por la conversión; de la «raza», no. Y así, el nazismo, que llevó el sistema a sus últimas consecuencias, envió a la muerte a personas que lo único que tenían de judíos era un abuelo; pero eso era suficiente, porque «ser judío» se llevaba «en la sangre».
Sionismo y antisionismo «Entender el hecho judío, y los motivos de la creación de Israel, no implica compartir una determinada política». El antisemitismo muestra como de profundo y arraigado era el racismo antijudío y provoca una reflexión traumática: si la emancipación fruto de la Revolución Francesa no había sido nada más que un paréntesis, un espejismo, quería decir que los judíos no podían esperar nada bueno tampoco de los nuevos estados y que, por lo tanto, necesitaban uno propio. La Shoah, El Holocausto nazi, acabó de remachar la clave. Pero el sionismo encontró una fuerte oposición entre buena parte del judaísmo, puesto que la restauración del mundo no se podía limitar a un ámbito territorial concreto, sino que debía tener lugar en todo el planeta. Para muchos, el proyecto de construir un estado era una traición. Además, la Diáspora estaba formada no sólo por los que descendían del exilio, sino sobre todo por nuevas comunidades incorporadas posteriormente, las cuales se identificaban con el estado en el que residían. Palestina -según el nombre filisteo que originariamente sólo tenía un sentido geográfico- había tenido población judía interrumpida desde hacía 3.000 años, aun cuando las sucesivas ocupaciones lo habían aminorado. En este territorio vivía en siglo XIX una mayoría árabe y un conglomerado de comunidades musulmanas, cristianas y judías. Pero la tierra prometida no era para Y'os (¿?) exclusivo de los judíos. Por eso la propuesta sionista era la creación de dos estados en la tierra de Palestina: uno, el hogar de los judíos (aun cuando la ciudadanía israelí la comparten muchos árabes, igual que muchos cristianos y musulmanes), y el otro, el del pueblo palestino (los descendentes de los cananitas y de los filisteos -primero cristianizados y después mayoritariamente convertidos al Islam, aunque también quedan comunidades cristianas-, y aminoradas por los árabes, llegados en el 636, y mezclados con ellos). Del mismo modo, en el Liban aconteció (se creó, se fundó) el único estado mayoritariamente cristiano de la zona. De hecho, se trataba de reordenar la herencia del imperio Otomano, hundido tras la finalización de la Primera Guerra Mundial, y dar un hogar a cada creencia. El proyecto fue el plan de partición aprobado por Ia Asamblea General de las Naciones Unidas el 29 de noviembre del 1947. La Agencia Judía lo aceptó, pero los palestinos y los árabes lo rechazaron. Así pues, Ben Gurion, presidente de Ia Agencia, proclamó el estado de Israel en el año 1948 dentro las fronteras reconocidas por Ia ONU. La respuesta palestina y árabe fue la guerra. Medio siglo después, palestinos y árabes están dispuestos a recuperar el plan de Ia ONU que habían rechazado. En los posicionamientos respeto a la coyuntura política reciente del Próximo Oriente ha pesado, y continúa pesando, un antisionismo ancestral que alimenta una peligrosa confusión: la del actual gobierno israelí con cualquier gobierno israelí; la del gobierno con los israelíes; y la de Israel con el judaísmo. Tan peligrosa como identificar al conjunto de los norteamericanos con el actual gobierno norteamericano (una distinción, esta, que repite insistentemente Fidel Castro), el conjunto de los españoles con el gobierno de Aznar, o los españoles con vascos o Catalanes. Confusiones todas ellas que a distancia pueden ser comprensibles, pero que en todo caso son imperdonables. En este sentido, uno olvida a menudo a los pilotos israelíes que se negaron a bombardear a los palestinos a pesar de ser expulsados del ejército; los cuatro exjefes del Shin Bet (Servicio General de Seguridad) israelí que criticaron duramente la política de Sharon en una entrevista publicada en el periódico israelí Yediot Ahronot el noviembre pasado, donde defendían la retirada de los territorios ocupados en 1967. Como tampoco es normal que en los últimos 3 años se haya producido en suelo (en territorio) francés un importante aumento de las agresiones racistas, y que el 70% de las cuales hayan sido dirigidas contra judíos. Algo pasa. El gobierno Bush no es más pacifico que el de Sharon, y nadie identifica a los norteamericanos en su conjunto con Bush, ni nadie criminaliza a los cristianos a pesar de que Bush sea un cristiano fundamentalista, ni nadie no cuestiona el derecho de los EE.UU. a Ia existencia, -un estado que también nació, precisamente, como tierra de acogida para buena parte de los perseguidos por motivos religiosos en Europa. Entender el hecho judío en su complejidad, religiosa e identitaria, y los motivos que hay en pos de la creación deI estado de Israel, no implica compartir una determinada política impulsada por un gobierno concreto. Ponerlo todo en el mismo saco alimenta aquel antisionismo secular y ayuda poco a entender y resolver los conflictos. Judaísmo, Israel y Catalunya Desde la perspectiva nacional catalana, el punto en común con las reflexiones del judaísmo son notables. Para empezar, tambe muchos Catalanes esperaron que el fin del franquismo representase la emancipación como pueblo, que pudiésemos ser nosotros mismos dentro de un estado plurinacional, a pesar de Ia experiencia traumática de siglos de discriminación y de opresión. Veinticinco años después, cada vez somos más los que pensamos que poca cosa podemos esperar de un estado que, a pesar de toda la evolución que ha vivido, no ha cambiado en eso esencial para nosotros como pueblo: el anticatalanismo, que no sólo no ha sido extirpado con el fin del franquismo, sino que antes y ahora resurge bajo nuevas formas. Y es que, como los judíos, los Catalanes hemos sido durante siglos «el enemigo interior» de una España construida en base al racismo mas manifiesto: tenemos unos buenos ejemplos con la expulsión de moros y judíos, Y el exterminio de la población guanche de las Canarias y de los indígenas del Caribe, y el genocidio masivo de los indios de América central y sur. España se ha fundamentado, para su legitimación ideológica y cohesión social, en el racismo de raíz cristiana, desde el mito de la Reconquista hasta la Cruzada franquista. Ante esta constatación, una parte importante de nuestro pueblo reclama, como lo reclama una parte importante del judaísmo, un hogar nacional propio. Y la reclamamos en aquel territorio dónde históricamente nació y se afirmó nuestro pueblo. Un territorio dónde no somos los únicos que estamos: como los judíos, hemos sido minorizados en algunas parcelas de nuestra propia tierra por los siglos de ocupación. Pero, como ellos, hemos vivido ininterrumpidamente desde el nuestro nacimiento como pueblo y -en este caso, a diferencia de ellos, y a favor nuestro- somos mayoría todavía en la mayor parte de este territorio. Aun así, tampoco renunciamos a las parcelas dónde somos minoría: porque para nosotros la tierra tiene valor por si misma, nos identifica y cohesiona. También es cierto que esta tierra no es de uso exclusivo nuestro: nadie puede borrar las consecuencias de la historia y, en todo caso, el nuestro ha sido siempre un pueblo de acogida. Así como Israel crece integrando a los judíos que van a vivir, nuestra fuerza es la capacidad de integración de los recién llegados. Queremos compartir la tierra con los que han venido a vivir, queremos integrarlos en un mismo proyecto de país, y sin renunciar a volver los nombres a las cosas y a cada palmo de tierra. No queremos un país cualquiera: como los judíos, nosotros somos de este mundo, aspiramos a mejorarlo y a hacer del nuestro un país mejor. Y eso depende de nosotros: es la cultura del trabajo, de la voluntad de cambio y de transformación de la realidad mediante el compromiso y el esfuerzo individual y colectivo. Y aun cuando miramos al futuro, no olvidamos nunca nuestra experiencia histórica, los siglos de persecución que nos han marcado y a los cuales, milagrosamente, hemos sobrevivido. Eso a menudo nos ha hecho despreciar la necesidad de un estado propio, como entre buena parte de los judíos. Y, a la vez, ha creado unos mecanismos de supervivencia que nos particularizan entre las naciones sin estado de Europa.
*Toni Gisbert, histórico dirigente del Partit Socialista d?Lliberament Nacional. |