A pé da porta é un lugar da parroquia de Combarro.Concello de Poio.Pontevedra.Galiza. |
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Casas dos mariñeiros |
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 Casas de los marineros, con la cal de sus muros mordida por el salitre del mar. Casas de los marineros. Están en callejas empinadas,son casas limpias, como la arena de la playa, con sus redes secándose a la puerta. Cuando anochece, se dijera que estas redes, agitadas por el viento, más obscuras aún en la obscuridad de la hora, semejan velos de viudas de todos los hombres que murieron en el mar. Pero el marinero vive alegremente su propia tragedia. La mujer del marinero canta alegre sus tristezas:
Xa non teño home
que me vai n'o mar;
vaime n'a taberna,
foixe a emborrachar.
Y el cantar marinero sube ría arriba entre villas y aldeas, y se va haciendo campesino poco a poco. Porque el campo y el mar son de Galicia hermanos; y asi, no es raro ver un aparejo de pesca a la puerta de un establo, ni asomar en una casa de marineros, por la balaustrada de un viejo corredor, las mazorcas del maíz doradas por el otoño. Las calles están solitarias. Los hombres están en el mar, mientras las mujeres andan afanadas en los trajines domésticos o trabajando en el pedazo de tierra que la casa tiene al fondo. Los chicos, si no están en la escuela, estarán enredando junto a la dársena, haciendo juguete de las barcas amarradas, ejercitándose ya, sin darse cuenta, en el duro oficio con que han de ganarse el pan el día de mañana.
En una placita hay un antiguo crucero. Al pie de él se detienen a charlar las viejas del pueblo, a recordar historias, a lamentarse por el hijo que se fué a América a probar fortuna y no volvió, o por el mozo a quien un golpe de mar arrebató de la lancha en un invierno negro. El Cristo está allá arriba, con los brazos en cruz, y ellas son ahora también como aquellas mujeres llorosas de la'Pasión, caídas al pie del judío soñador y rebelde.
De tarde en tarde cruza algún barco de pesca, que va a algún pepueño puerto cercano. El capitán, que es de este pueblo, echa a grito la sirena, y entonces las ventanas, las callejas, los caminos que rodean al pueblo se llenan de pañuelos y delantales que saludan y dicen adiós. Calma, pausa melancólica después. Al corredor de aquella casa asoma ahora un marinero. No es viejo aún; pero el reuma lo tiene casi baldado. Aunque no haga frío, él tiene que andar lleno de ropa, como si estuviese tiritando Sus ojos tristes miran un instante la barca abandonada, que, sin brea y sin pintura, van destruyendo poco a poco las lluvias. El marinero contempla la barca como si en ella estuviese la imagen de su vida, y se vuelve a meter para adentro. No quiere oír la voz que suena allá fuera, detrás de las rocas, porque él es ahora, al oír la voz del mar, como el hombre viejo que ve pasar una mujer hermosa y no se atreve a mirarla siquiera. ¡Casas de los marineros! ¡Qué bien estarse solo en un atardecer de domingo, sentado en uno de vuestros corredores, sin pensar en nada , oyendo un acordeón lejano.
ÁNGEL LÁZARO
Revista ilustrada: Mundo Gráfico.Madrid 26/12/1934. |
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