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rio del con |
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Aqui el Padre y Hermano de Tito Porto, se supone que al lado del rio del Con
foto donada por Tito Porto
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9 Comentario(s) |
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Es en la desembocadura del rio, frente a la paza de abastos. Lo que se ve al fondo es un transformador de Fenosa, que hoy existe y la caseta era la parada de los transportistas donde se podía contratar para hacer algún viaje. |
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Comentario por antonio rey (09-04-2009 16:52) |
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Efectivamente, pero la caseta que osteriormente sirvió para la parada de los transportistas ligeros, era antiguamente la caseta de bombas del alcantarillado de vilagarcia, cuyo encargado era el Sr. Pixé, y luego su hijo. |
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Comentario por José Antonio (14-09-2009 17:16) |
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Un poco antes de esta parte del rio, se pasaron las escenas que cuento abajo y que pueden ser apreciadas como "Outra maneira de vivir" que teníamos los niños en aquellos tiempos...
?LA TARDE DEL FIN DE CURSO?
Tocó la campanilla del Colegio León XIII anunciando el término de las clases de aquella tarde.
Era fin de curso y los exámenes, por?libre?, serían en Pontevedra, a partir del día siguiente.
Los ?chapones? se fueron para casa enseguida, pues querían darle un buen repaso a las asignaturas antes del examen.
Ya los demás, por mayoría, adeptos a la teoría de que lo mejor sería relajar bastante en la víspera, resolvimos juntar las calderillas que teníamos, para comprar cacahuetes, castañas mayas, higos, uvas pasas, toffes, regaliz y otras golosinas más, para ser debidamente saboreadas a la orilla del Cón, del lado opuesto a la calle de La Plaza, donde el río corría entre unas rocas.
Cruzamos descalzos la corriente, aprovechando que estaba en bajamar la marea y el río tenía poco caudal y, sentados alrededor de un roquedo a la orilla, improvisado en palco, cada uno de nosotros pasó a contar sus chistes, escenificando las historias de la mejor manera para provocar la risa a los demás, ya que sería premiada la mejor interpretación con un enorme paquete surtido de golosinas?
Después de oír algunos contando buenas anécdotas, yo era el último para contar la mía y sabía que no tendría la gracia que demostraron algunos de los que me antecedieron.
Coloqué los libros encima de la roca atrás de mí, y, de espaldas para el río, inicié mi presentación, procurando darle al chiste el máximo de interpretación posible, ciente de que no iría superar los dos mejores chistes que ya habían sido contados?
Sin embargo, a medida que le iba dando cuerpo y alma al personaje gangoso de mi historia, viendo las carcajadas que provocaba en mi platea, pasé a darle más énfasis y entusiasmo a la narrativa, con lo que algunos ya se estaban mondando de reír, rodando por la grama.
Lo que no conseguía entender, era la gracia que hacía el chiste en algunas partes en que no había motivo para desternillarse con la risa de aquella manera, y porqué continuaban con las carcajadas después de un buen rato que acabara de contar el chiste?
Hasta que, desconfiado, miré para atrás, siguiendo la dirección de un brazo que indicaba algo?
Y allí estaba la sorprendente solución del enigma: un inesperado ?efecto especial? del escenario de fondo, protagonizado por mi sufrido y deshojado libro de matemáticas.
Una por una, todas y cada una de sus hojas, sopladas por la brisa, iban volando para el río, en intervalos de no más de un segundo, formando una inmensa hilera blanca, llena de ecuaciones y teoremas que, con certeza, aun tendría que estudiar en las vacaciones?¡Menuda bronca iba a llevar en casa?!.
Pedí ayuda a los desgraciados que me habían dejado en aquella situación, pero hasta que voló la última hoja para el río ninguno consiguiera levantarse del suelo para arrimar el hombro?
Al ver que yo no lograría juntar todas las hojas corriendo río abajo, finalmente me ayudaron a recoger las piezas del ensopado rompecabezas que tendría que montar al llegar a mi casa?
Las hojas, que en el libro ocupaban tres centímetros de espesura, alcanzaban ahora más de un palmo al empilarlas?
No tenía idea de como encuadernaría aquella retorcida montaña de papeles mojados?
Mucho menos como iba a explicarle a mi padre aquella insólita ?higienización? del libro de matemáticas.
Avaluados los perjuicios, gané como premio de consolación el paquete de golosinas, que fue rápidamente devorado, con avidez, sin sospechar las consecuencias que, un poco más tarde, tal banquete iría proporcionarme?
Estudiadas todas las alternativas, después de ver que el libro no podría volver a ser lo que fuera, combinamos que, en caso de tener que volver a usarlo en las vacaciones, aquel que consiguiese la proeza de ser aprobado en junio me cedería el suyo.
Si nadie pasase, tendría que planchar hoja por hoja y tentar encuadernarlo, cosiéndolo con cordeles.
Debo esclarecer aquí que, al caer los exámenes con el catedrático D. José Unamuno, como era previsto, ninguno se libró de repetir la asignatura en septiembre?
Así que, para ser más ?manoseable?, cosí todo el libro con cordeles, dividiéndolo por capítulos?
La ?reedición especial? era compuesta ahora por tres magníficos volúmenes, y conservara la espesura del original,?en cada uno de ellos, claro...
Debidamente forrados, casi no se le notaban las diferencias?
Ya empezaba a obscurecer después del banquetazo que me diera, cuando alguien sugirió subir a los edificios más altos para tocar los timbres de los pisos.
Para darle más emoción a la travesura, unos subiríamos al piso superior después de tocar, mientras otro bajaba las escaleras haciendo ruido, para engañar a las víctimas de la pillería.
Los que quedábamos encima teníamos que esperar, en silencio absoluto, hasta que se apaciguasen las broncas de las señoras, indignadas con ?esos gamberros, mal educados, etc.,etc.??
Pasado el peligro, tocábamos en el segundo, repitiendo la misma estrategia, piso por piso?
Después del segundo edificio y siempre participando en la zona de mayor peligro, cuando subía para el segundo piso noté una extraña sensación en la barriga, resultante de la mezcla de todas aquellas golosinas, ingeridas sin la menor moderación?
Apretamos el timbre y subimos para el tercero, permaneciendo en silencio mientras la señora del segundo, ayudada por la empleada, nos dedicaba todo tipo de frases elogiosas, alabando nuestra oportuna y educada manera de llenarles la paciencia , ensalzando la pureza de nuestras madres, etc, etc?
Talvez desconfiadas, estas señoras tardaron bastante para de cerrar la puerta al entrar?
Yo no estaba aguantándome con la presión en la barriga y notaba, a cada piso que subíamos, viendo a todos con los dedos en la nariz, que teníamos que salir de aquel edificio lo más rápido posible . Aquel sería nuestro toque final o los mataría allí mismo, asfixiados?
Tocamos el timbre y, mal habíamos subido dos lances de la escalera, no solo abrió la señora del tercero, como también salieron las dos del segundo, estas armadas con dos escobas de asta de caña, que gritaban como locas a los que bajaban para despistar.
Se hizo un silencio interminable hasta oírse una puerta cerrando.
Pero la del segundo aún permanecía abierta?
La presión de los cacahuetes con las castañas y las pasas estaba aumentando a cada instante y, arrinconados en el final de las escaleras, mis amigos ya estaban sofocando con las silenciosas descargas que no podía evitar.
Y nada de cerrarse la puerta del segundo?
De repente, rompió el silencio un barullo estruendoso, que hizo eco en el portal, anunciando al edificio entero que mi válvula de presión cediera a los efectos de tanta química ingerida aquella tarde y que había fallado, finalmente, el castigado silenciador, fatigado por el intensivo ejercicio, sin descanso, a que estaba siendo sometido en condiciones extremas tan adversas ?
Con nuestras escandalosas risas, no solo las del segundo, como las de los otros dos pisos, salieron con las escobas, esperándonos en las escaleras?
Sugerí que sería mejor bajar todos juntos. Así apañaríamos menos al pasar por las tres ?barreras? armadas que nos esperaban.
Iniciamos la retirada en bloque, cruzando con pocas bajas por el primer pelotón que enfrentamos.
Y todo iría muy bien si el problema solo fuesen los sonoros y sucesivos escapes que mis tripas provocaban?
Pero, a una cierta altura, la pirotécnica ?abertura? llegó al clímax, culminando en una gigantesca erupción volcánica que, sin avisar, me rellenó los calzoncillos.
Este ?pequeño?detalle me impedía ahora de poder acompañar el ritmo de los demás durante la fuga combinada con tanta estrategia.
Con pantalones cortos, cualquier movimiento brusco, sería un verdadero desastre, y ya se iban notando unas fisuritas aquí y allí, que no tenía como controlar, en medio de aquella apaleada de escobas con que las irritadas señoras descargaron su venganza sobre de mi figura.
La suerte era que las cañas se rompían al batir en la cabeza y después de astilladas ya no provocaban más dolor.
Así que, muy lentamente, sin conseguir contenerme con la risa, fui pasando por las señoras, que al notar el motivo de mi lenta marcha, dejaron de atizarme más, preocupadas con las sobras que restarían al provocar más movimientos bruscos, dadas las fisuras aparentes, en franco avanzo pierna abajo?
Ya en la calle, algunos se meaban con la risa al verme andando. Parecía un reumático con las almorranas inflamadas.
Eran casi las diez de la noche y yo no podía llegar así en casa.
Después de conseguir limpiarme, con la ayuda de la manguera de agua de un edificio en construcción, supe que los calzoncillos me los habían dejado dentro del chafariz del jardín de la Parroquial, porque el temido guardia Torero, había sorprendido al que intentara lavármelos allí?
Como no podía volver para casa sin ellos, en la penumbra, furtivamente, con una vara, fui hasta el chafariz mientras los demás vigilaban.
El color blanco destacaba en el fondo oscuro y no fue difícil localizar la pieza, rodeada por los peces coloridos, que disputaban la inesperada ?ración balanceada? que les había llegado a bordo de aquel verdadero OVNI (UFO)?
Oí el silbido de aviso de mis amigos al mismo tiempo en que, para desilusión de los peces, retiraba del agua la masacrada pieza de ropa.
Al ver el reflejo del casco blanco llegando por detrás, salí a tiempo de driblar el ataque del ?Torero?, que acabó mojando el brazo hasta el codo, al desequilibrarse en la tentativa de agarrarme.
Probablemente aquella manga mojada se secaría rápidamente, apenas con el calor de la ira retenida que se le acumuló a nuestro ?predador natural? en aquel lance hilarante?
Guardé en el bolsillo los calzoncillos después de debidamente lavados en el río, desechando la idea de tirarlos, ya que mi madre notaría la falta así que usase el otro que tenía...
Las hojas sueltas del libro de matemáticas fueron escondidas dentro de un cartucho, para no llamar la atención.
Pude verificar que mi padre aún estaba en el Café Central, lo que facilitó mí llegada a casa, sin tener que dar muchas explicaciones sobre la falta de apetito para cenar o porqué no estaba en casa estudiando para los exámenes, como todo el mundo?
A pesar de todo, algo me acabara saliendo bien aquel día?
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Comentario por José Manuel Casalderrey (09-09-2010 04:38) |
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Me estoy poniendo malisima,no puedo parar de reír.Gracias Jose Manuel. |
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Comentario por Margarita Coello Nuñez (09-09-2010 15:58) |
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Gracias por la nueva historia.
La parte que mas me gusta de la narración es la "del torero toreado".
Esta maniobra de torear al torero la teniamos que hacer mis amigos y yo cuando nos perseguía por el gran delito de patinar por la alameda o por el mayor delito aún de jugar a la pelota.
Si el torero viviera en esta época siendo guardia municipal, ¡como disfrutaría con los del "botellón"....! |
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Comentario por Paco Salgado (09-09-2010 17:23) |
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Lo acontecido aquella tarde memorable de fin de curso, en la que tus compañeros y tú disteis rienda suelta a vuestro espíritu "gamberro" -aunque, ciertamente, no sólo fue el espíritu el que se soltó-, es para retener en la memoria 'per sécula seculórum'.
José Manuel, tus relatos -que siguen siendo muy amenos y divertidos- son la prueba evidente de que el aburrimiento no formaba parte de tu filosofía de vida.
Por cierto, el que tiene las manos en los bolsillos es mi abuelo Moncho (Ramón Porto). Y, a su lado, pescando, su hermano, Domingo Porto. Los otros dos personajes, por si hay alguna duda, no pertenecían a la familia. |
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Comentario por Roberto Núñez Porto (09-09-2010 19:45) |
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Manolo,me sigues pareciendo un verdade-
ro genio contándonos todas éstas histo-rias para deleite de todos los seguido-
des do faiado,la verdad es que tienes
una forma de contar las cosas,que hasta
parece que yo estoy viviendo ésos momen
tos,que poco a poco vas desgranando en tu narrativa.Gracias Manolo por ser como eres. |
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Comentario por Manolo Pérez (14-09-2010 01:15) |
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Amigos Margarita,Paco, Roberto y Manolo:Muchas gracias por vuestro incentivo para animarme a escribir sobre nuestra "outra maneira de vivir".
Cuanto a los detalles de los relatos, la verdad es que me resulta fácil describirlos, precisamente, porque son hechos reales e no tengo que inventar nada.
Ahora que Paco me explicó por e-mail lo que quería decir con lo del guardia y el "botellón"(daquí del Brasil no sabía de esa práctica de los chavales actualmente), sería para el "Torero" su mejor parque de diversiones hacer ahí sus famosas "emboscadas"...
Un saludo de vuestro amigo. |
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Comentario por José Manuel Casalderrey (16-09-2010 19:51) |
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Que bonito era en esa zona el rio del con, un poco salvaje, era natural yo me acuerdo que cuando subia las mareas habia gente que pescaban mujeles,no se lo que estaran pescando mi abuelo Ramon Porto y su hermano |
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Comentario por Margarita Mosquera Porto (07-03-2013 21:14) |
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