MISCELÁNEA MINDONIENSE


Andrés García Doural
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EL AYUDANTE MAYOR DOÑATE
Con motivo de la invasión del territorio español por las tropas francesas en 1808 y su entrada a finales del mes de enero de 1809 en Mondoñedo, conocemos la existencia de un médico y un boticario afrancesados, el asalto a un correo francés en el antiguo camino real (Revolada), varias escaramuzas entre tropas invasoras y paisanos (Camba y Trinidad), la muerte de Philippe Gagnon ?La Baviere? en el domicilio de Dª Manuela Penelas, la muerte de varios militares franceses en dependencias del Hospital de San Pablo de Mondoñedo (Montjor, Arege), un fusilamiento en el lugar del Pimpin, numerosos saqueos, el matrimonio de varios soldados franceses con mujeres mindonienses, la existencia de un espía (Baltanás) y la defunción de un militar español de alta graduación.
El 25 de marzo de 1809 falleció en el domicilio de D. Miguel Gregorio Salazar, Dignidad de Maestrescuela de la Santa Iglesia Catedral de la ciudad de Mondoñedo, D. Gregorio Doñate, Ayudante Mayor del Regimiento de Sevilla (1). Durante la Guerra de la Independencia este regimiento participó en el bloqueo a la ciudad de Lugo o en las batallas de Rioseco o Espinosa de Los Monteros.
D. Gregorio era natural de la villa de El Bonillo (2), provincia de Albacete, cuyos padres y estado se ignoraban.
Al día siguiente se le dio sepultura a su cadáver en el claustro de la catedral, con misa y vigilia cantada, con asistencia de crecido número de cantores, toque de todas las campanas y se ofrendaron tres reales, según lo determinaron el citado Maestrescuela y D. Ignacio Martínez de Torres, Alcalde Mayor de Mondoñedo.
D. Gregorio Doñate, otorgó testamento víspera de su fallecimiento ante el escribano D. Ramón Montenegro Villamar, vecino de Mondoñedo (3).
La imagen que acompaña el texto pertenece a un espectacular y precioso mural pintado en la pared lateral de un céntrico edificio de la ciudad de Astorga (León).

(1)- Historia de los Regimientos de Infantería Española, San Sebastián, 10 de junio de 2013, pág.152.
(2)-Población de algo más de dos mil habitantes situada al norte del Campo de Montiel (Albacete).
(3)- Archivo Diocesano de Mondoñedo, parroquia de Santiago de Mondoñedo, libro 11 de defunciones, folio 262.

Comentarios (0) - Categoría: Cronicón - Publicado o 30-12-2019 18:52
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¡VAYA ODISEA!

Manuel Novo de Castro era un hombre joven, nacido para el comercio. Tabernero, tanto despachaba vino en el mostrador, como acercaba a los domicilios toda clase de mercancías; lo mismo vendía la fruta que compraba para exportar al País Vasco o a Asturias, o para la elaboración de sidra. Nuestras conversaciones eran siempre amenas y en muchas ocasiones recordábamos un hecho concreto, que nos había ocurrido no hacía muchas fechas y que había dejado huella en nuestras vidas.
Siempre me decía ¿por qué no describes nuestra odisea?. Le contesté que lo iba hacer, pero necesitaba de su ayuda para recordar con precisión algunos detalles. Al día siguiente, Manuel me vino a ver a mi domicilio, con unas hojas escritas, en las que figuraban muchos detalles. Pues bien, con sus recuerdos, que eran muchos y muy concretos y con los míos, voy a intentar relatar con precisión esa odisea.
Corría el mes de enero del año 1985, por suerte y por casualidad, el Primer Premio de la lotería ?del Niño? toca en Mondoñedo. Diez décimos para unos pocos afortunados. No hace falta explicar cual era el tema de cotilleo entre los habitantes de Mondoñedo. ¿a quién ha tocado? ¿quién tiene el especial?, premiado con cincuenta millones de pesetas. Para el año 1985, eran muchos millones.
Un hábil y al mismo tiempo pertinaz director de una sucursal bancaria de Mondoñedo, pronto supo quienes eran los afortunados. En la oficina bancaria donde trabajaba tenían a buen recaudo tres décimos premiados y sabían, donde estaban depositados los restantes. Lo que nadie sabía era quien era el poseedor del premio ?especial?, el de los cincuenta millones. Transcurrían los días, la rumorología iba crescendo, pero del nuevo millonario, ni rastro.
La fortuna, pero en este caso, si fue la fortuna, sonrió a su sucursal. Así nos lo cuenta: Cierto día, entra un señor, de unos cuarenta años, que quería hablar con el Director de la sucursal. En ese momento, era yo quien ejercía ese cargo y aunque creía que conocía a todos los habitantes del municipio, jamás había visto a esa persona.
Tengo al cliente que jamás había visto sentado frente a mí. Lo primero que me pregunta es ¿a cuanto pagan el dinero?. Le di unos valores y le informé de varias modalidades. El hombre se quedó pensativo, no soltaba palabra. Continuaba callado, con su mirada fija en el suelo. En ese momento intuí que podría ser el poseedor del premio ?especial?, el de los cincuenta millones. Yo lo trataba con extremo cuidado, sondeándolo, y al fin me dice ?tocáronme 14 millóns na lotería?. Le dije ¿Seguro que son 14 millones?, yo estaba convencido de que era el poseedor de los cincuenta. Me responde que sí. Me muestra el décimo y le digo, no son 14 millones, son 50. Inmediatamente, de un salto me levanto de mi asiento y lo abrazo efusivamente con fuerza. A continuación, me aclaró ¡? que el décimo lo dejo en la sucursal bancaria de forma provisional!. Ya que tenía que averiguar lo que le ofertaban otras entidades bancarias. En ese momento no pude conseguir más; era una alegría a medias.
El nuevo cliente era un hombre muy tranquilo, de pocas palabras, mirada de ?toro peligroso?, nunca se sabía por donde podía salir. Me explicó por qué fue a nuestra sucursal. Su destino, en un principio era otra entidad, situada en las inmediaciones de la actual Plaza del Concello, pero los empleados no lo atendieron con prontitud y se sintió en cierto modo ninguneado, abandonando rápidamente dicha entidad y calle abajo, entró en nuestra sucursal. En otras circunstancias no hubiera reaccionado de esta forma, pero inconscientemente ya se sentía un cliente ?especial?.
No rematar esta operación era considerado un fracaso para la entidad bancaria para la que trabajaba yo; fracaso total, pues ya se había encargado él de comentar donde tenía depositado el décimo premiado de forma ?provisional?. En concreto, quería más ofertas.
Este hombre residía a unos 20 kilómetros de Mondoñedo, era necesario subir a lo más alto del monte, donde se encontraba ubicada una pequeña aldea, y desde allí, a unos seis kilómetros, en plena sierra y en la soledad de la montaña, se encontraba su vivienda. Se accedía a ella por un estrecho camino de tierra, rodeado de grandes pastizales y escoltado por altos pinos y robustos robles. Silencio, mucho silencio, sólo interrumpido por el ruido de pequeños arroyos y el canto de algunas aves que tienen en medio de tanta belleza, su hábitat natural.
Intentamos conseguir a través de la Agrupación (antigua división comercial del banco) el mejor precio. El hombre del alto de la sierra no accedía. Visitas, más visitas de directores de sucursales bancarias de Mondoñedo y limítrofes se convirtieron en un peregrinar hacía la cumbre del monte. Era el santuario del décimo premiado. No cejábamos en el empeño, no se lograba cerrar el acuerdo, pero nuestra insistencia era tenaz. Varias veces me acompañó el director de la Agrupación y en varias ocasiones tuvimos que buscar cobijo a nuestro vehículo para que no fuera visto por gente de otras sucursales, que ya estaban en el interior de la vivienda del ganadero. Esperar, vigilar, y cuando el camino se hallaba libre ¡Zas!, nos presentábamos en su domicilio.
Hay que reconocer, que el propietario del décimo premiado tenía mucha paciencia, lo mismo que sus padres. Nos escuchaban, nos escuchaban, podíamos permanecer en su compañía tres horas, cuatro horas, les daba igual. Café, más café, copa, más copa. Invitaciones no faltaban, palabras pocas y menos referentes a lo que le interesaba al banco. Total, que durante tantas jornadas, agotamos los temas, les hicimos mil proposiciones, se usó mucha amabilidad, pero de nuestros contertulios no salía respuesta, ni para bien ni para mal. El asunto se enquistaba. El director de la Agrupación bancaria consiguió un precio más que interesante, para poder zanjar con éxito la gestión. Volvimos a casa del nuevo ?millonario? con ánimo de finiquitar el asunto. Iniciamos de nuevo la conversación, de forma directa ¡al grano!. Le vuelvo a ofrecer unas condiciones, esta vez, mejores que las anteriores, pero ni responde. Ni se inmuta. Entones el director soltó con decisión y con fuerte voz, el último precio. Breve silencio en el interior de la cocina, nos miran los tres (agraciado, padre y madre). Al momento responde:¡feito, mañán vou ó banco!. Aprovechamos para cerrar definitivamente la operación, para no dejar cabos sueltos y que su palabra fuera ley, para no recibir en un futuro próximo sorpresas desagradables. Más cafés, más copas, parabienes mútuos, subimos al automóvil y con bastante precaución atravesamos el monte en dirección a Mondoñedo.
Al día siguiente, a las ocho de la mañana, en la sucursal bancaria estábamos todos a la espera del nuevo cliente. Son las nueve? ¡y no aparece!. Toda mi atención y la de mis compañeros, puesta en la llegada del nuevo millonario. Empieza a nevar? las once, .. las doce, nuestro hombre no llega ¿se habrá vuelto atrás? ¿no podrá pasar por culpa de la nieve? La una, nada? las dos, nada? ya me encuentro desasosegado? ¡y pensar que todo estaba hecho!
Me voy a la cumbre del monte, pensé? ¿cómo?. Nevando no puedo ir en mi automóvil, un taxista tampoco se atreve a subir. Acudo a un buen amigo que tenía un Land-Rover Cazorla y le pido el favor. Mi amigo miró al cielo, nevaba con intensidad, miró a la cumbre de los montes, estaban preciosos para observar pero intransitables,? duda la respuesta? pero finalmente, me la da afirmativa.
Partimos a las tres de la tarde en el Land-Rover, yo ya llevaba toda la documentación preparada: libreta e ingresos, como habíamos acordado el día anterior; solamente quedaba estampar sus firmas. Había comido un pequeño bocadillo antes de partir, llevaba la misma ropa que usé durante la jornada laboral: traje, zapatos de suela, gabardina? ¡ni paraguas!. Comenzamos el ascenso a la cima del monte nevado ¡qué delicia! Con el calor de la calefacción del vehículo y contemplando aquel paisaje lleno de árboles y de nieve, era un gozo estar en aquellos momentos en plena naturaleza y de forma tan cómoda. El conductor, al compás del movimiento del limpiaparabrisas, repetía de forma continuada y acompasada: ¡París-Dakar?, París-Dakar?!. Yo me hallaba feliz. De repente el conductor frunce el ceño y exclama: ¡no veo la pista, la nieve lo cubre todo!. ¡Tengo que marchar con mucho cuidado!, al momento: ¡PUM! ¡PUM!..., el vehículo se inclina hacía un costado y nos detenemos. Casi hemos volcado. ¡Leche! Nos metimos en la cuneta. ¡claro, no veo por donde voy! ¡no teníamos que venir!.
Nos bajamos del Land-Rover, aquello era imposible moverlo. Nos hallábamos en una pista, en plena montaña, a dos kilómetros de una granja de vacas y a cuatro de la vivienda de nuestro ?buscado y deseado? cliente. Nevaba intensamente y no sabíamos que hacer, pero lo que teníamos muy claro era que por aquel inhóspito lugar no pasaría nadie durante varios días. Le digo a mi acompañante, ¡me voy andando hasta su domicilio!. Me responde ¡vete con cuidado, yo te espero en el coche!
Empiezo a caminar, al poco rato, los zapatos los tenía todos llenos de agua. ¡Si me daba la altura de la nieve por las rodillas! Yo, mentalmente me hallaba fuerte y no me afectaba mucho la situación y físicamente resistía las inclemencias. La nieve continuaba cayendo, hasta que el cielo se oscurece y se levanta un viento huracanado que hace que la nieve arrecie con fuerza. Ahora me siento menos seguro e incluso dudo de continuar el difícil camino. A mí alrededor no veía nada, nieve por todos lados, noto ya el intenso frío en el cuerpo, las manos se me duermen, la cara y las orejas ya no las sentía.
En esos momentos se me viene a la memoria que el día anterior había leído en la prensa que a unos alpinistas les habían cortado unos dedos por congelación. Más miedo? y ¡Zas!, me caigo en la nieve, no veía donde pisaba, todo era un enorme manto blanco, me había metido en un hoyo. Me incorporo todo asustado; el corazón me late con celeridad y con grandes sofocos. Las caídas se repiten con demasiada frecuencia, la nieve se me introduce por entre los cristales de las gafas y me impide ver con claridad. Las quito y mordiendo una de sus patillas, las llevo colgadas de la boca. Cuando podía mantenerme en pié, frotaba las manos con intensidad, así como la cara y las orejas. Me volvían a la mente los alpinistas lesionados. Más miedo. En aquellos difíciles momentos no me acordaba para nada del cliente, no me acordaba de nada, mi instinto de supervivencia me empujaba a levantarme de las bruscas caídas y seguir caminando.
Al fin veo una cuadra de vacas. Estoy a salvo, pensé. Era una explotación ganadera que la Diputación provincial de Lugo tenía en A Fraga Vella. Llego a las cuadras y grito con las pocas fuerzas que me quedaban. Pronto sale el empleado que cuidaba el ganado y para mi sorpresa, nos conocemos.
-¡Coño?!, ¿qué haces tú por aquí?. Solamente le contesto: ¡Tengo mucho frío!. Ven, métete en la cuadra, por entre las vacas para entrar en calor. Me metí entre las vacas y un calor reparador recorre mi cuerpo. En pocos minutos pasé del miedo a una sensación de bienestar indescriptible. Ya no estaba sólo y tirado en la nieve, ya no sentía frío, incluso sentía calor. Conversé un rato con el ganadero, pero al encontrarme mejor, se me vino otra vez a la mente la razón de mi aventura. ¡Tenía que conseguir el décimo premiado!.
Faltarían unos 2 kilómetros, más o menos, para llegar a la vivienda de nuestro hombre; ya no nevaba pero yo me encontraba muy cansado. Me fijé en un tractor grande, muy grande, que estaba aparcado en la nave del ganado. Le dije al empleado si me podía acercar en el tractor, pero me responde: ¡No sé conducirlo, pero te lo dejo llevar!. Me quedé observando el tractor, lo veía muy grande y muy alto, con ánimo de subirme a él e intentar conducirlo yo. En ese momento, Dios me volvió a ayudar, ya que estuve a punto de ponerlo en marcha. Yo en mi vida me había subido a un tractor.
Había amainado un poco el temporal, era un momento de tregua. Con mis fuerzas renovadas y con paso ligero, me presenté a los pocos minutos en la vivienda del ansiado cliente. Estaban los padres solos, pues su hijo había ascendido a la cima del monte a buscar unas cabezas de ganado que habían quedado atrapadas por la intensa nevada. ¡Cómo te atreviste a subir hoy aquí con este temporal!. No recuerdo con precisión las excusas que les puse. Me pasaron hasta la cocina. ¡cómo se agradecía aquella cocina de leña! ¡qué calor!. Un café, un coñac. No sé cómo será el cielo, pero para mí, en ese momento estaba en el cielo. Comienza a hacerse de noche y el padre me dice: ¡Voy a llamar a mi hijo! Cogió de una estantería una corneta, sale de casa y asciende a una pequeña loma y soltó tres cornetazos, que resonaron con fuerza en el silencio del monte y la negrura de la noche. El padre entró de nuevo en la cocina y al cabo de unos diez minutos, ya nos acompañaba su hijo, compartiendo café y copa. Les entregué la libreta que llevaba preparada y recogí las firmas pertinentes. ¡Por fin!. Sentí una satisfacción enorme.
Ya repuesto física y mentalmente de la penuria y del miedo en el camino, como de la emoción del ?trofeo? conseguido, me acuerdo del conductor del Land-Rover. Sólo en el monte, de noche, con una capa de nieve de un metro de alto y a una temperatura de menos cero grados. Lleno de preocupación, le hago saber al nuevo ?millonario?, ya cliente de la sucursal bancaria, de la difícil situación de mi compañero. Inmediatamente salió de casa y me dice: ¡Voy a coger el tractor!. En pocos minutos ya estaba con el vehículo en marcha y con una gran cuerda enroscada. Me manda subirme: -¡Pero si no hay sítio para dos pasajeros!
-¡Ponte de pié en el hierro trasero y agárrate a los laterales!
Así lo hice. El tractor daba saltos, de una manera exagerada, marchaba rápido, dentro de lo que cabe, por un camino todo lleno de baches.
-¡Agárrate!
Era la palabra más repetida. Vaya si me agarraba. En la oscuridad de la noche, el viento frío me pega en la cara, casi no la siento, mis fuerzas se concentran en asirme fuertemente a los hierros del tractor.
Transcurridos unos diez minutos, llegamos al costado del Land-Rover, que continuaba casi volcado en la cuneta. Salté del tractor y veo a mi acompañante, encogido por el intenso frió y me dice:
-¡Ya era hora!,? ¡hostias!, ¡qué mal lo pasé!, estuve deambulando por el monte, gritando, intentando seguirte, pero con este temporal me fue imposible.
-Le digo: -¡Estás muy mojado! Y me responde:
-¡Si tengo mojados hasta los calzoncillos de las caídas que tuve en la nieve!
Con la cuerda que llevábamos enroscada, sacamos el Land-Rover para el firme de la calzada. Posteriormente, despedimos a nuestro ayudante y como no se podía girar para regresar a Mondoñedo, continuamos carretera adelante para descender por el término de As Oiras (Alfoz) y una vez en A Seara, tomar la carretera en dirección a nuestros domicilios. El experto conductor llevaba el vehículo con extremo cuidado, ya que no se veía la carretera. Todo era nieve. Al poco rato nos encontramos con un lugareño de una cercana aldea que estaba bajando del monte unos nueve o diez caballos, en dirección a sus cuadras. El fortuito encuentro fue beneficioso para todos. El ganadero puso delante del vehículo los caballos y él, que venía muy cansado, se agarró al Land-Rover y de esta manera el ganado nos iba señalando el terreno firme que pisaba y el ganadero se reponía del agotador esfuerzo. Seguimos bajando la ladera de la montaña, el ganadero se aproxima a su domicilio y nos deja, pero nos recuerda ¡tened precaución!. Marchábamos muy lentos.
¡Vamos bien vamos bien! Exclamaba todo alborozado el conductor. Ya se veían las marcas de las ruedas de otros vehículos. Al poco rato, nos encontramos con otro vehículo en dirección opuesta y pisando las mismas marcas. Con mucho cuidado y con bastante dificultad, conseguimos cruzarnos. Al poco rato nos hallábamos en el fondo del valle. Eran las doce de la noche, cuando transitábamos por delante de la casa de unos parientes míos, que tenían todavía la luz encendida, motivo por el que nos detuvimos y llamamos a su puerta. Se extrañaron mucho al vernos, pero después de darles las explicaciones oportunas y de facilitarnos un café bien caliente ¡cómo se agradecía! Nos despedimos y partimos hacia nuestros domicilios.
Tres y media de la mañana, nos hallamos detenidos delante del domicilio del conductor del Land-Rover ¡por fin!. Revisa el vehículo? una capa de hielo cubre el hueco para las ruedas, casi no había espacio para girarlas. El vehículo era una masa de hielo y de blanca nieve, de la que solamente se salvaba parte del cristal delantero, al hacer uso del limpiaparabrisas. El conductor se dirige a mí y me dice: -¡Paris-Dakar! y yo le contesté: -¡Paris-Dakar! Un entrañable ¡hasta mañana! fue nuestra despedida, pero cuando nos hallábamos separados unos metros, se vuelve y me dice:
-¡Si sé esto, por nada del mundo hago el viaje!, y tú ¿volverías?:
-Yo sí.
Hizo un gesto, como si yo estuviera loco y repitiendo Paris-Dakar, Paris-Dakar, entró en su domicilio.
Datos aportados por el ex director de la sucursal

Comentarios (7) - Categoría: Cronicón - Publicado o 22-12-2019 19:12
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