 Reproducimos este artigo que escribiu o noso colaborador e amigo Edmundo Moure en abril de 2011.
ECOS DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA
En la casona de La Cisterna, al sur de Santiago del Nuevo Extremo, los sábados por la tarde, mi padre gallego solía escuchar su música preferida, mezcla variada en la que figuraban el tango, viejos cuplés, flamenco sevillano, dulces fados en la voz de Amalia Batista, sardanas y pandereitadas gallegas... A menudo, la sesión musical terminaba con el Himno de Riego, pieza conmemorativa que, como se sabe, integra sones militares, al estilo de la Marsellesa, con acentos de pasodoble, y que fuera el himno nacional de España durante el breve trienio liberal (1820-1823) y en los ocho años de la Segunda República (1931-1939)? El gallego subía el volumen de la victrola y abría las ventanas a la quinta, como si convocase lejanos camaradas que defendiesen la trincheras al grito de ?¡No pasarán?!
Mi padre, nostálgico aunque no soturno, porque su exultante vitalidad le impelía a disfrutar y compartir goces hedonísticos, era para mí la encarnación simbólica ?lo sigue siendo- del auténtico republicano: demócrata, librepensador, progresista en un sentido más amplio que al que hoy se otorga al término, entusiasta de iniciativas de bien social, enemigo declarado de fetiches sociopolíticos, fuesen éstos de índole clerical o materialista a ultranza? Nos hablaba con pasión dolorosa de los grandes creadores, intelectuales y dirigentes de la II República, ese sueño que él había vivido fuera de Galicia, víctima del exilio emigrante, en un largo país del fin del mundo, donde prodigó su simiente. Conocimos de su boca lo que fue la Institución Libre de Enseñanza, creación educativa cuyos logros encomiaba, junto a la lectura ?hecha por mi madre- de poemas de Antonio Machado, Miguel Hernández, García Lorca y, sobre todo, de las geniales apostillas y glosas de Juan de Mairena? Luego vendría el acercamiento a nuestro gran republicano, Alfonso Rodríguez Castelao, a través de ese maravilloso libro, ?Sempre en Galiza?, que adquiriera en Buenos Aires, ejemplar de la primera edición que aún conservo.
Mis padres se casaron el 1 de octubre de 1938, un mes más tarde del advenimiento del gobierno republicano de Pedro Aguirre Cerda, cuyo lema fue ?gobernar es educar?, electo por la coalición del Frente Popular, liderada por el Partido Radical, con el apoyo de socialistas, comunistas y socialcristianos de izquierda, mandato que inauguraría tres períodos consecutivos de gobierno laico, con sus logros más destacables en la consolidación de la enseñanza pública y el desarrollo industrial chileno con sentido estatal de proteger las riquezas básicas de la patria, evitando que cayesen en manos del ávido capitalismo.
Fue aquél nuestro ambiente vital, donde nos desarrollamos ?prole numerosa de ocho hijos-, aprendiendo desde temprano el valor de la libertad de pensamiento, de la búsqueda de las verdades humanas que nos son accesibles, en el espíritu imperecedero de hijos de la República. Por aquellos días de fines de la década de los 40?, Ramón Suárez Picallo culminaba entre nosotros la escritura de su millar de crónicas de La Feria del Mundo. Mi padre se refería, con admiración y cariño, a la obra periodística del hijo de Sada, y, sobre todo, destacaba su irrenunciable vocación republicana, prurito que se volviera en Suárez Picallo un auténtico apostolado.
Ya no escucho el Himno de Riego, pero la brisa vespertina suele devolverme, en días de afanes, frustraciones y porfiados sueños, la voz de mi padre, en sílabas certeras de galaico acento que siguen sonando para mí como ecos inolvidables de esa República que algún día volverá a nacer entre nosotros.
Edmundo Moure. Santiago del Nuevo Extremo, abril 2011
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