FERROL
Lejos de desaparecer, el carnaval rural gallego, especialmente vivo en las tierras de Ourense, se recupera también, desde hace unos años, en la costa atlántica. Lo cual -todo hay que decirlo- no deja de tener un especial mérito. Porque a diferencia del carnaval ourensano, cuyos peliqueiros y pantallas ya forman parte del imaginario de un país entero, el Entroido de la Galicia costera, de naturaleza mucho más espontánea, especialmente en el norte de la provincia coruñesa, sobrevivió a lo largo de la segunda mitad del siglo XX con grandes dificultades, siempre eclipsado por dos fenómenos de carácter marcadamente urbano: las comparsas y los bailes de disfraces.
Pero ese Entroido rural, que se conservó con especial vigor en las parroquias de As Pontes y Monfero más cercanas a la Terra Chá luguesa, en las áreas septentrionales del Ortegal y en la franja que se extiende desde las parroquias fenesas de Sillobre y Magalofes hacia el municipio de A Capela, recupera el vigor peridido. En muchos casos, espontáneamente. Y en otros, gracias a iniciativas como la que impulsa la parroquia ferrolana de San Xoán de Esmelle, cuya asociación de vecinos invita a todos cuantos quieran sumarse a ello a salir disfrazados, para recorrer sus diferentes barrios. «De porta en porta», naturalmente. |