Ramón Loureiro (06/06/2010)
Ya advertía el clásico, a propósito de la Selva de Esmelle, de que mejor que decirla sería pintarla; pero a pesar de todo, nunca está de más hablar de ella; e incluso recorrerla con una cámara, que mejor si es de juguete
No es ningún secreto nuestra natural tendencia a invocar a Don Merlín de cuando en vez. Y no precisamente al Merlín del pasado, que aún guardaba un cierto parentesco con el diablo y que era un tanto proclive a cambiar la faz de los caballeros, para que a fuerza de engaños pudiesen frecuentar lechos ajenos en el medio de las guerras; sino al Merlín de nuestro tiempo. Al Mago que, tras haber dejado atrás todas las ansias viejas, y habiendo renegado además de las amistades inconvenientes, vive en Galicia dedicado a recordar, a contar historias y a no hacer otros prodigios que los de tamaño pequeño. La cosa es que, al hablar de Merlín, uno no puede dejar de referirse a Esmelle, morada del Nigromante. Un país, más que un paraje, que en los mapas podría situarse (todo tiene sus días...) en diferentes lugares, pero que en el caso que nos ocupa es tierra de ríos que bajan, haciéndose molinos de piedra, hacia el océano Atlántico, que también en este caso suele ser muy dado al avistamiento de islas errantes. Aun estando la ría de Ferrol por medio, además de algunas leguas terrestres igualmente importantes, San Xoán de Esmelle siempre ha tenido una hermandad entrañable con Santa Mariña de Sillobre, que se vio además especialmente acrecentada cuando, hace algunos años, parroquias de toda Galicia comenzaron a reclamar la devolución de sus montes comunales. Y viene al caso, o a mí me lo parece, lo de mencionar estar hermandad ahora, por lo mucho que hay en ella de amor por lo legendario. Porque también Esmelle es lugar que ha sabido llegar a este tercer milenio que habitamos sin olvidar que a las aguas que bajan buscando el mar, si son buenas para hacer girar las piedras de moler y para apagar la sed y para cocer pan blanco, no es raro que en determinadas noches les salgan junto a sus cauces seres no exactamente de carne y hueso -para entendernos, habitantes de los reinos sobrenaturales- que quizás no sean capaces de adivinar el futuro, pero que indudablemente guardan muy bien los recuerdos del pasado. Vienen esos seres a recordarnos, a pesar de todo -también Don Merlín lo hace-, lo muy en lo cierto que están quienes sostienen que el futuro no está escrito, y que las mayores magias se encuentran en los corazones, envueltas en los afectos, y no en otra parte.
En el mes de San Juan, del patrono de la parroquia, conviene no dejar de ir a dar una vuelta por Esmelle ya no una vez, sino a ser posible varias. Por ejemplo, de molino en molino. Molinos que en el río Roxedoiro se llaman de Andrés y de Otero y de Pepa; y en el Saído, véase, de Lázaro. En el río Esmelle, propiamente dicho -en el que da nombre a la parroquia, vaya-, hay un molino de Longra, y otro de Cosme, y otro de Lucas, y otro de Ríoxunto. En el Migués están, por citar tres, los de Ledo, Seixido y Casa do Santo. Y en los Currás, donde todos los ríos se juntan, los de Salgueiro, Varela, Novo, Felipe, Tiolindo, Farruco...
(En fin, que mucho nos gustaría poder citarlos aquí todos, pero no nos caben. Una pena.) |