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Os Casalderrey e os Petinal |
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Eran veciños no mismo edificio, e acabaron querendose verdadeiramente. Na imaxen de gafas con aire de Grace Kelly, Marina Petinal, A Nai do noso Casalderrey e Mari Fernandez, as nenas son Chichi Petinal e Charito Chirinos, o can e Duque.
donado por chichi petinal
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13 Comentario(s) |
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1 |
Que linda foto en la azotea de casa...
Por la estatura que aparenta tener Chichita, yo ya había emigrado para Brasil unos dos años antes.
El Duque será personaje de una próxima historieta en los coches de linea de algunos años antes...
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Comentario por José Manuel Casalderrey (07-06-2010 00:30) |
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creo que se llama sil |
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Comentario por (22-06-2010 22:42) |
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3 |
Como prometido ahí vá la historia con el Duque protagonizando como se hacian antiguamente los viajes en los coches de linea...
?El Viaje de Vacaciones?
Llamó el cartero con los tres silbatos en el portal y salí corriendo por las escaleras para recoger las cartas.
Estábamos esperando la llegada de mis tíos y primos de Tenerife, para pasar las vacaciones en la amplia casa de mi abuela, con huerta y fincas, situada en la pequeña y pintoresca aldea de Gajate.
Subí las escaleras de dos en dos con la carta de mi tía en la mano, ya abriendo el sobre por el camino, dándole a todos en casa la noticia tan esperada: llegarían a Vigo en el "Cabo de Hornos" y seguirían directo para Gajate el próximo fin de semana?
!Qué alegría!.
Mil agradables recuerdos de la aldea inundaban mis pensamientos, compartidos con mis hermanos Quique e Hildita, durante el resto del día.
Ya íbamos imaginando como estaría llena de manzanas y peras la huerta de casa.
Claro que aún estaban un poco verdes, pero no había postre más delicioso que la compota que mi abuela, "Mamá Palmira", nos preparaba en la enorme cocina a leña de aquella casa.
Teníamos que prepararnos para el viaje y las primeras discusiones familiares eran siempre por causa de lo que se podía o no se podía llevar para la aldea?
Cada uno de nosotros quería llevar sus juguetes para pasar los tres meses de vacaciones.
Y no queríamos saber si todo aquello iría caber en las maletas o tendría que ser transportado en un coche de línea abarrotado, que aún habría que descargar y baldear para otro al llegar a Pontevedra, más o menos en la mitad del camino.
Ya lo de llevar aquella bendita máquina de hacer helados que a mi padre le había vendido algún experto vendedor? !ni hablar!?
Se trataba de una cuba de madera, dentro de la cual se colocaba hielo picado y sal gruesa, a la que se le acoplaba un recipiente cilíndrico de aluminio, con unos 4 o 5 litros de capacidad, en el que se mezclaban los ingredientes líquidos que se transformarían en la crema del ansiado helado, después de mucho sudar dándole vueltas y vueltas a una pesada manivela con paletas que tenía encajada en la tapa?
De aquella jerigonza, además de las doloridas agujetas, solo me restaron recuerdos de interminables tardes de calor, girando en turnos, sin parar, aquella pesada manivela, que solo se paraba, de vez en cuando, para poner más hielo en la cuba externa y examinar la consistencia de la crema.
Aún vive en mi mente la escena con mi padre, sudando por los cuatro costados, dándole vueltas al pesado artefacto en aquella cálida tarde de verano cuando, desde la azotea se oyó aquel conocido grito del heladero pasando en la plaza:?!haaayyyy helado ricooooo?!
A una peseta por cabeza, con un duro estaría satisfecho nuestro deseo de saborear un helado sin más gimnasias?
Mi padre siempre justificaba su polémico" investimento" por la calidad de los ingredientes que mi madre colocaba en la receta casera, mucho más sabrosa y nutritiva?
Pero la verdad es que el dolor que nos quedaba en los brazos después, nos desanimara a producir más helados caseros...
Así que, por votación mayoritaria, fue decidido que aunque en la aldea no hubiese heladeros no se llevaría la bendita máquina para Gajate.
Mi madre no paraba de llenar maletas y paquetes de ropas de cama, atar colchones, embalar ollas y tarteras, lozas, etc., para poder complementar lo que las dos familias juntas aquel año irían necesitar en la casa de la aldea.
Y aún había que llevar las gallinas que mi madre tenía en un lindo gallinero en forma de chalet, hecho por mi padre, que estaba en la azotea de casa, con luz eléctrica interna, comedero y bebedero, en el que vivían las gallinas más felices de Villagarcía, poniendo huevos de dos yemas diariamente, que eran el orgullo de su dedicada dueña.
Además del perro, un setter corpulento, mi hermana tenía dos conejos que también quería llevar para la aldea.
A mi me prohibieron terminantemente de llevar cualquier uno de los bichos que normalmente tenía escondidos debajo de la cama, como lagartos, erizos, tortugas, sapos, etc.
Después de aquellos dos días de intenso ajetreo por la casa, con cajas, maletas, sacos y paquetes por todo lado, llegó el esperado día del viaje para Gajate.
El autobús, a pedido de mi padre en el día anterior, había llegado de madrugada, una hora antes del horario de salir, estacionando enfrente a nuestra casa, que era en el tercer piso, sin ascensor?
Y yo solo veía dos mozarrones subiendo y bajando escaleras con colchones de lana enrollados, sacos de ropas, cajas de todo tamaño, maletas, etc., acomodando todo aquello en el techo del autobús, envuelto con hules amarrados con cuerdas.
Las gallinas, mi madre las llevaba, amarradas por las patas, en una caja debajo del asiento del colectivo. Los conejos de mi hermana en otra debajo del suyo.
El ?Duque?, un setter que no paraba un momento de moverse para todo lado, me tocara a mi vigilarlo dentro del coche?
Casi una hora después salimos de casa para el punto donde embarcaron los demás pasajeros.
Además de otras gallinas, conejos, cerditos y palomas, el autobús, a cada parada que hacía por la carretera, se iba llenando de gente que viajaba en pié ocupando casi todo el pasillo.
En una de las paradas del autobús, noté un ruido extraño debajo del asiento.
Como el perro estaba hacía algún tiempo muy tranquilo allí acostado, desconfiado me agaché para ver lo que hacía?
Me quedé helado al ver la maleta de cuero del señor que iba adelante, con el refuerzo de la esquinera todo destrozado en la boca del Duque, que no paraba de masticarlo feliz y satisfecho, además de haberle arrancado unas dos tiras del cuero de uno de los lados...
Sin saber qué hacer, tuve que mudarme de lugar antes de partir, trocando con mi hermano el codiciado asiento de la ventanilla que había negociado, poco antes, a cambio de dos barras de regaliz de las grandes?
Los 25 kilómetros hasta Pontevedra, entre una parada y otra, acabaron consumiendo casi cuatro horas de viaje.
Al llegar, por vuelta del medio día, el Duque y yo, por motivos obvios, fuimos los primeros a salir del congestionado zoológico y desaparecer de la vista del pasajero de la maleta de cuero...
En vuelta del coche esperaban los cargadores con sus carretas gritando en un vocerío de disputas por las cargas que poco a poco iban bajando del portaequipajes.
Lo que atrasaba más eran las discusiones que surgían a cada fuga de un cerdito, una gallina o una cabra que escapaba de los pobres cargadores, haciendo de la descarga un verdadero circo para nuestra infantil alegría.
De allí, seguiríamos las carretas hasta el punto de la empresa ?Cachafeiro? que, pasando por Puente Caldelas, finalmente nos dejaría en Gajate, sabe Dios cuantas horas después?
Eran apenas más veintiséis kilómetros hasta allá.
Entretanto, el único horario que se podía prevenir era el de salida, pues el de llegada siempre era sujeto a las circunstancias y variables que se fuesen encontrando por el camino, muchas de ellas provocadas por el vetusto autobús que hacía la línea?
Todo el mundo llegaba cargando animales de todo tipo que se habían comprado en la feria de aquel día.
Además de los habituales cerditos, gallinas, etc., entró otro perro, de raza indefinida, que no se entendía muy bien con el Duque.
El autobús era de aquellos que aún tenían la carrocería de madera, con aquellos incómodos bancos en que siempre cabía uno más y con otros bancos encima, a cielo abierto, circundando el portaequipajes del techo, que siempre iba abarrotado?
Las carreteras en aquel tiempo no eran un primor en las rutas más importantes.
Ya en las secundarias, como la que íbamos a enfrentar, del asfalto que un día tuvieran solo restaban vestigios en pequeños trechos, siendo un verdadero desafío para la pericia de los conductores de aquellas precarias reliquias sobre ruedas.
Salimos con casi una hora de atraso, pues, a pesar de los incontables giros de manivela con que el chofer tentara, al motor no le daba la gana de funcionar.
Con la ayuda de un mecánico y sudando como un toro en pleno ruedo, finalmente, entre tosidos y acelerones, el Sr. Manaus consiguió despertar el perezoso motor y también a las personas que se habían tirado una siesta en aquel bochornoso silencio reinante en el abarrotado autobús.
Sentado al volante, limpiando las manos con una estopa, nuestro chofer era orientado por un mecánico que le entregaba unas mangueras y una regadera para prevenir un eventual problema con el radiador.
Tenían que gritar para superar el ruidoso motor, y, por lo que escuché, parece que las mangueras eran apenas para repuesto?
Rebosando de gente y animales, tanto dentro como encima del portaequipajes, lenta y barullentamente inició la jornada nuestro glorioso carruaje, enfrentando, de salida, una larga subida de montaña.
Con aquel calor y la implicancia del ?Duque? con el gato que una señora llevaba en el regazo, tuve que mudarme para el banco de atrás.
Controlar el perro con toda aquella fauna a su vuelta era un ejercicio de paciencia, especialmente cuando una de las gallinas de una señora a mi lado se escapó de la bolsa en que estaba y pasó a ser perseguida por el otro perro.
Al "Duque", que estaba acostumbrado a convivir con gallinas, le pareció muy mal que el otro perro tentase atacar la pobre ave y, de un tirón, salió por debajo del asiento casi llevándome arrastrado por la correa, para atracarse con su congénere.
Un ganso que estaba en una jaula al lado se asustó, iniciando un escandaloso coral con las gallinas y los demás bichos, que solo era un poco sofocado por el ruidoso motor del autobús que, en primera, daba todo lo que tenía de sí para superar la cuesta arriba con tanto peso a bordo.
Fue un jaleo tan aparatoso que acabó obligando a parar el colectivo.
Cada uno cuidó de apaciguar sus bichos como pudo ante las insistentes reclamaciones del Sr. Manaus.
Con las debidas acomodaciones para atender a la necesidad de un mínimo de territorio para ellos, poco a poco, el ruido del motor fue dominante otra vez?
Al paso de tortuga con que subíamos aquella cuesta, me daba la impresión de que llegaríamos antes a pié?
Mal pasara por mí tal pensamiento cuando el Sr. Manaus paró el coche en una entrada para una finca y exigió de mi padre que el Duque continuase el viaje en la parte de encima del autobús, a los cuidados de un ayudante de la empresa que estaba sentado en el banco delantero del portaequipajes superior.
Así estaría más calmo, refrescándose con la brisa y apreciando el paisaje desde allá arriba?
Con la regadera en la mano, y remugando algunas palabras, se fue a buscar agua en un regato de la finca, en cuanto el motor resoplaba por la tapa del radiador como una locomotora.
Después de un buen rato, con el motor más frío, llenó de agua el radiador y, manivela en mano, inició una nueva sesión de gimnasia dándole vueltas y vueltas al terco e indolente motor que no quería abandonar su inesperado descanso.
Aunque sudando por todos los poros del cuerpo, el resignado chofer siempre subía con una sonrisa de satisfacción en el rostro después de haber conseguido la proeza de obtener todos los ajustes de aquellas palanquitas en vuelta del volante, calculando el punto en que detonaría la ignición al girar la pesada manivela.
Se notaba allí una especie de complicidad entre el hombre y la voluntariosa máquina?
Ya estábamos finalizando la cuesta cuando surgían nuevos señales de vapor por la tapa del radiador.
De esta vez, nuestro intrépido comandante paró sin desligar el motor, rellenó el radiador con el agua que sobrara y consiguió llevar nuestra Arca de Noé sobre ruedas hasta la cumbre.
¡Ahora sí!. Con todo aquel peso, ¡hay que ver como andábamos cuesta abajo!.
La cara de felicidad que ponía el Sr. Manaus ante los elogios de los pasajeros que, en pié, se apiñaban a su lado incentivándole a acelerar un poco más para recuperar el tiempo perdido?
Pero eso no estaba agradando a los que iban encima, dentro del portaequipajes, que le amonestaban a cada bache que les daba un tranco, pues iban sentados en el techo y la visión que tenían del balanceo en las recortadas curvas, era, sin duda, muy diferente de la de los que estábamos dentro?
De mi parte, estaba satisfecho viendo la habilidad de nuestro conductor haciendo las curvas con maestría, mismo con una holgura en el volante de casi un cuarto de vuelta?
Reducía las marchas llevando con precisión milimétrica la enorme palanca de un lado para otro, sin oírse ningún arañón durante los precisos cambios.
De repente, empezó a correr por el parabrisas una pasta amarillenta, justo en el lado del conductor, que no salía ni con el uso de los limpiadores a toda velocidad.
Al contrario. Cuanto más andaban los palletes, más sucio se quedaba el parabrisas?
Hubo que parar de nuevo y, después de mucha discusión y vocerío allá fuera, supimos que el Duque había sido el autor de aquella pasta fétida, al vomitar, mareado, su almuerzo por encima de la cabina del chofer.
Mi padre tuvo que oír todas las broncas retenidas desde los últimos incidentes, además de pagar unas pesetas a los ayudantes que hicieron la limpieza del coche?
Siendo compañeros de cacería, la discusión no tuvo más consecuencias que la promesa de no repetirse el hecho y dejar al Duque dentro del coche otra vez.
Así, después de nuevas maniveladas y estornudos del motor, seguimos el tumultuado viaje.
La brisa que entraba por la ventanilla ayudaba a esconder un poco el olor que aún emanaba del perro, que por más que tratara de limpiarlo, aún conservaba aquel tenue perfume un tanto ácido que le sobrara en las patas?
Y ya iba calculando cuanto faltaba para llegar a Puente Caldelas cuando se escuchó un fuerte estampido en una de las ruedas.
Hubo que desocupar el autobús para aliviar el trabajo de elevar el vehículo.
Algunos pasajeros prefirieron seguir a pié hasta su destino en la próxima parada.
Quien más disfrutaba con esas demoradas interrupciones era el ?Duque?, que siempre se daba un paseo por el monte ?plantando? un conejito aquí o una perdiz allí.
Para él cada parada era una fiesta.
Atardecía cuando llegamos a Puente Caldelas. ¡Y habíamos recorrido apenas la mitad de nuestro destino final!.
Aquella fue una de las paradas más largas del viaje, pues nuestro chofer y sus amigos se fueron a merendar mientras aguardaban la llegada de la rueda de repuesto debidamente arreglada.
Y aquel repuesto fue providencial, pues cinco o seis kilómetros adelante otra rueda se pinchó, con dos o tres ?tachas?, especie de clavos que usaban los campesinos en los zuecos de madera.
Aquellas ?chapras? eran el terror de los neumáticos en aquellos tiempos, dada la facilidad con que se desprendían del rústico calzado por las carreteras, permaneciendo con su afilada punta en pié, apoyadas en la gruesa cabeza de hierro.
Finalmente, ya de noche, llegamos a la casa de mi abuela, con la alegre acogida de mis tíos y primos, que estaban preocupados con el extraordinario atraso de aquel día.
Como no podía dejar de ser, el Sr. Manaus fue convidado a cenar con nosotros.
Con su vozarrón simpático, fue contando, a su manera, toda la historia, entre un vino y otro, divirtiendo a mi familia con sus incontables hazañas a bordo de su inseparable coche de línea, compañero de fatigas, un poco terco por la mañana, ruidoso durante el día, impuntual por naturaleza, remendado por necesidad, pero que le hacía sentirse una especie de gran capitán de un importante navío que jamás lo dejó por el camino...
Con el progreso, después de aquel emblemático autobús y su carismático chofer, el pintoresco viaje de vacaciones había perdido aquella alegre y nostálgica sensación de una gran aventura, que nos hacía parecer increíblemente distante la cercana aldea de Gajate?
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Comentario por José Manuel Casalderrey (26-08-2010 05:22) |
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Fai falla ser un xenio pra relatar un viaxe tan corto de tal maneira |
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Comentario por Margarita Teijeiro (26-08-2010 18:12) |
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Tiene mucha razon Margarita,eres un verdadero genio Jose Manuel.Cuanto me he reído,es un relato escrito con muchisima gracia y "Duque" es merecedor de un "Oscar" al perro mas simpático.Un abrazo |
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Comentario por Margarita Coello Nuñez (26-08-2010 21:21) |
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José Manuel, este relato -genial, ameno y ocurrente- lleva tu sello genuino e inconfundible. Yo lo titularía: 'Mi perro "Duque" y el viejo autobús'. Un abrazo. |
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Comentario por Roberto Núñez Porto (27-08-2010 01:08) |
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A mis amigas Margaritas: me alegro que os haya gustado la historieta.
Para mí, contar esas cosas, me transporta a tiempos muy felices.
Poder compartir esa alegría con todos vosotros ahora és muy confortante y no deja de ser un tributo dedicado a los personajes reales de cada anécdota.
A mi amigo Roberto le agradezco la sugestión para el título, adoptado desde ahora, para figurar en una posíble edición futura que contenga todos los relatos.
Muchas grácias por tan amábles palabras.
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Comentario por José Manuel Casalderrey (27-08-2010 03:36) |
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Yo ya conocía alguos detalles de los viajes a Gajate e incluso hace algunos años fuimos Koki y yo a ver los "escenarios", es decir la casa de Hilda y las de los vecinos pero lo que no sabía era alguno de los detalles en el autobús de Cachafeiro.
La máquina de hacer helados que refieres era similar a la que tenía Antonio Barca en el España pero aquella no hacia sudar porque giraba con un motor pero el sistema de refrigeración con hielo + sal era el mismo. He vuelto a recordar gracias a tu relato como se hacian los helados que luego se servian en en España en una copa con una guinda roja y unos barquillos. ¡Que ricos!
Por favor, José Manuel,prepara ahora alguna de las aventuras en Gajate, que seguro que las hubo.
Gracias por hacernos sonreir. |
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Comentario por Paco Salgado (27-08-2010 17:04) |
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Otro recuerdo que hemos compartido en casa se refiere al "chalet de las gallinas". Al parecer tenia puertas ventanas, etc. Era un verdadero chalet |
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Comentario por Paco Salgado (27-08-2010 17:08) |
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Amigos Paco y Koki:
Gracias por los comentarios.
Por e-mail os estoy mandando las fotos panorámicas de Gajate con el chalet que fue inspiración para mi padre al hacer el gallinero, donde se ve la casa de mi abuela.
Estoy pensando en una continuación de la llegada a Gajate para un nuevo relato contando otras anécdotas de allí.
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Comentario por José Manuel Casalderrey (27-08-2010 19:57) |
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Moitas grazas pola historia.
Son neta do Sr. Manaos e emocionoume moitisimo ler este relato desta viaxe a Gaxate na liña de Cachafeiro, que sen dúbidas foi unha parte importante da súa vida.
Sabendo o xenio que el tiña,non puiden senón botar unhas risas mentres avanzaba na lectura.Todo un valente, o meu avó.Levoo no meu corazón. |
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Comentario por Paula Pérez Villariño (23-11-2010 22:28) |
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Paula, no imaginas la alegría que me dió ver tu comentario informándome que eres la nieta de Manaos.(Discúlpame haber escrito su nombre con "u" en vez de "o").
En breve, mi mujer y yo, pretendemos pasar unos tiempos en Villagarcía y , quién sabe, podremos encontrarnos para recordar otras buenas anécdotas que pasáron con tu abuelo...
Debes tener mucho orgullo de un verdadero luchador como el y yo también me siento feliz, de haber transmitido algunos detalles de su denodada dedicación, a la dificil profesión que ejercía en tiempos tan difíciles.
También lo llevo en el corazón... |
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Comentario por José Manuel Casalderrey (25-11-2010 00:19) |
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chichi y marina son mis tias y que buenas son de echo el año pasado estuvo por aqui marina y sigue como siempre un bico |
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Comentario por (23-09-2012 17:55) |
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