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Hermelindo e as perdices
Hermelindo e as perdices


Hermelindo Castro traballador da Renfe amaestrou unha nidada de perdices que comian da sua man


donada por Marite Montesinos

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36 Comentario(s)
1 Visitando el apartado de personas inolvidables, me encontré con la fotografía de Don Manuel Rodriguez "el asentador", que me trajo recuerdos de mi lejana infancia. Lo conocí en casa de mi abuelo Hermelindo Castro Macías, con quien le unía una estrecha amistad, tal y como se recuerda en su reseña biográfica. Ambos eran amantes del buen vino, amenos conversadores y ancianos entrañables, que se reunían con toda la frecuencia que podían para charlar de lo divino y lo humano.
Me pregunto si mi abuelo, aunque no era natural de Villagarcía, no merecería ocupar un rincón entre las "persoas inesquencentes" de la localidad, porque allí pasó los veinte últimos años de su vida, tuvo sus mejores amigos y fue un hombre popular por sus peculiares aficiones.
Llegó a Villagarcía en 1935 como Jefe de la estación de ferrocarril que, entonces, estaba en Carril; allí se jubiló y murió en 1957 en una casa ya desaparecida que tenía junto al rio del Con. Era un hombre bromista, buen anfitrión, buen amigo, pero lo que más destacaba de su personalidad era una desmedida afición por la cría y cuidado de toda clase de animales. La estación estaba plagada de jaulas con canarios, jilgueros, mirlos y ruiseñores silvestres, a los que conseguía hacer cantar en cautividad. Solía tomar el aperitivo en la taberna de Cruces y café en el desaparecido Casablanca, a donde acudía acompañado de un jabalí domesticado que lo seguía a todas partes. Amaestró una nidada de perdices que comían en su mano, tal y como se aprecia en la fotografía en que aparece sentado en el andén de la estación, y a uno de sus mirlos consiguió enseñarle a silbar la marcha real.
Pero con quien obtuvo los éxitos más sonados fue con los perros. En sus largos paseos solía abandonar un llavero, una petaca, o cualquier otro objeto personal y, un kilómetro más adelante, aparentaba echarlo de menos, enviaba al perro en su busca y provocaba el asombro de sus acompañantes cuando el perro regresaba con el llavero en la boca. Otras veces le ponía al perro en la boca una nota manuscrita y lo enviaba al perro a la cantina de la estación en donde, Angelito, el concesionario, conocedor de los golpes de efecto que buscaba mi abuelo, la sustituía por la cajetilla de tabaco solicitada para algún visitante o amigo. Otro efecto espectacular lo conseguía cuando enviaba al perro en busca del banderín para dar la salida al tren, indicándole el color rojo o verde que, según el caso, procedía utilizar. Naturalmente se trataba de un truco bien montado, pero la admiración por el resultado obtenido era general.
En aquella vieja estación nacimos la mayor parte de sus nietos y pasamos largas temporadas. Allí veíamos, casi a diario, al Tiroliro, otro personaje inolvidable, que merodeaba por el andén solicitando algún patacón de los viajeros y nos asombraba a los niños bailando una peonza construida con una moneda de real, cuyo orificio central atravesaba una pequeña astilla de madera que le servía de eje para girar. Estoy seguro de que todavía queda gente que, leyendo estas líneas, refrescará su memoria sobre acontecimientos lejanos.
Comentario por Un nieto de Hermelindo (18-05-2010 19:59)
2 Soy nieta de Hermelindo, pero no lo llegue a conocer, se murio cuando yo tenia 1 agno. Pero las historias narradas aqui por mi primo Mundin son veridicas.
Comentario por Ana Gallego Castro (19-05-2010 00:38)
3 Hermelindo y las perdices
Ésta es una historia copiada del libro FERROVIARIOS escrita por Laureano Castro (Milón para la familia, para saber de dónde viene el nombre hay que leer Rocambole) con su permiso y por cierto satisfecho de que recuerde sus anécdotas. Dice Milón...
En la primavera del 38 mi padre me manda a Figueirido. En la estación me debe estar esperando Currás con unos huevos de perdiz. Pretende desarrollar el experimento de ponérselos a una gallina con el fin de que los empolle, nazcan los perdigones, que la gallina haga de mamá y que la familia sea feliz. Y él, observando.
Me apeo y, en efecto, allí está. Grandullón, bonachón y cariñosisimo, obrero de Via y Obras, era hombre de confianza de mi padre desde la huelga del 17.
En cuanto me ve bajar, se me aproxima. "Hola, Milonsiño. Dile a papá que yo tenía vigilado el nido pero que cuando fui hoy a coger los huevos ya estaban los perdigones que salieron corriendo cada uno por su lado y que me costó mucho trabajo atraparlos".
Conociendo las reacciones del autor de mis días me eché a temblar. Pero, ¿qué
podía hacer sino llevármelos?
No me equivocaba. Hermelindo al ver de lo que yo era portador monta en cólera lo que para para él era muy fácil. Le llama animal a Currás una docena de veces y afirma que aquello es un crimen porque los perdigones están condenados a morir. Pero allí están los pobrecitos, delante suya, gimoteando. Y hay que intentar salvarlos.
Todos los chavales empezamos a coger saltamontes y el jefe, con una paciencia que no tenía para su esposa, hijos y subordinados, golpeando con la uña del índice derecho sobre los alimentos, incita a los recién nacidos a comer. Y lo consigue.
Los perdigones empiezan a crecer y a desarrollarse a una velocidad asombrosa. Llegadas las 6 de la tarde y ante la expectación general, en pleno andén les abría la puerta. Salían como cohetes y los primeros minutos constituían un espectáculo curioso y entrañable. Corrían en todas direcciones.
Una vez desfogadas, la numerosa comitiva echaba a andar. Atravesábamos las vías y por los campos y caminos nos dirigíamos al monte cercano. De vez en cuando mi padre les silbaba en tono apacible y cariñoso.
Un día cuando ya estaban hermosas y potentes, cuando eran perdices hechas y derechas, pasado un pinar nos dimos de bruces con una pronunciada ladera en cuyo fondo brillaba al sol un prado verde y jugoso. Sin motivos para poder sospecharlo, de sopetón, como si todas se hubieran confabulado en secreto, levantan el vuelo con el seductor y majestuoso repiqueteo de alas y planean hacia abajo hasta alcanzar las verdes yerbas. Uno de los acompañantes suspira:Jefe, adiós perdices.
Empezamos a descender poco a poco con el silbar suave y familiar de Hermelindo. Y se hizo con ellas sin esfuerzo alguno porque quizá en su ánimo no había estado presente la huida, sino el disfrute. Y, como todos los días, regresaron al jaulón cuando ya anochecía. Las perdices se hicieron famosas
Comentario por Milón (22-05-2010 18:16)
4 A toda la familia nos gustaba oir y volver a oir los cuentos de mi Abuelo. Seguramente algún Arines ayudó a mi tío a buscar saltamontes o Sindo Rodriguez también buen amigo de Milón. Todos los años vuelve a Villagarcia a pasar unos dias y buscar viejos amigos.
Comentario por Marité Montesinos Castro (22-05-2010 18:27)
5 O Faiado ten interes en coñecer a Milon, tamen para grabalo, que non morran con El as istorias que sabe.
Comentario por faiado (22-05-2010 18:33)
6 He leído con atención las historias de los comentarios 1 y 3, y son realmente interesantes, amenas y divertidas, además de estar muy bien contadas. Estos relatos familiares, entrañables y verídicos, son -como reza en la cabecera de este blog- verdadera memoria social de nuestro pasado personal y humano.

Yo, con una edad de diez o doce jóvenes años, he tenido el privilegio de conocer a don Hermelindo Castro. Vivía, como dice su nieto, en la zona del río del Con (donde hoy se encuentra el restaurante-pizzería ?Don Laureano?, en la Avda. del Doctor Tourón), en la planta alta de una casa de piedra, en cuyo bajo estaba el almacén de Bodegas Vázquez.

Una mañana, de un día correspondiente a un mes de un año que no recuerdo, me presenté en su casa, jaula en mano, con la misión de recoger un ejemplar de ?canario? que el señor Castro le regalaba a mi tío político, Emilio Mosquera, a la sazón factor de Renfe a sus órdenes. Recuerdo su amable y cordial recibimiento, así como sus útiles y paternales consejos para criar con éxito aquel precioso pájaro cantor de amarillo plumaje. In memóriam de don Hermelindo Castro.
Comentario por Roberto Núñez Porto (22-05-2010 20:51)
7 Si no estoy equivocado Hermelindo Castro, abuelo de un compañero de curso de Luis y mio, y padre de Rodrigo y Alfonso, sucedió como jefe de estación a Santiago Furelos abuelo de mi mujer
Comentario por Paco Salgado (24-05-2010 20:20)
8 Hola a todos, ¿ves Roberto como tenía yo razón al comentar que que seguramente jugamos juntos? En diciembre de 1952 yo vivía en la Estación, mi padre Faustino Montesinos trabajaba creo que de subjefe de Circulación o algo así. Ascendió a Jefe con mi tio Alfonso y los destinaron fuera de Galicia. Me quedé con mis Abuelos y con ellos fui a vivir a la casa del rio del Con. En la galeria "traballando duro" con el titulo "Homenaxe a Hermelindo" [4] hay una foto de los ferroviarios de la Estación. Reconocerás a tu tio Emilio Mosquera, que era secretario de Hermelindo.
Paco, no estás equivocado. Rodrigo y Alfonso eran hijos de Hermelindo además de Milón. Tu compañero de curso quizá fuese Alfonso Castro Hernandez. Con los años Alfonso Castro fue Jefe de la Estación Nueva.
Comentario por Marité Montesinos Castro (24-05-2010 21:24)
9 Es muy probable, Marité, que hayamos sido compañeros de juegos infantiles, presumiblemente en la Playa de Compostela.

He visitado la pág. 4 de 'Traballando duro', como me sugeriste, y, efectivamente, en la foto 'Homenaxe a Hermelindo', como tú dices, está mi tío, Emilio Mosquera, que falleció el 23 de diciembre de 2008.

Si visitas la pág. 3 de 'Dando a nota', en la foto 'En Vista Alegre' verás a tu primo, Hermelindo Alfonso Castro, entre Bazarra y yo. Sin embargo, antes de juzgar -tal vez, calificar- la escenificación, piensa que éramos muy jóvenes. Y, aunque inconscientemente, hacíamos muchas tonterías. Ahora bien, no se puede negar que poníamos mucho entusiasmo.
Comentario por Roberto Núñez Porto (25-05-2010 01:18)
10 Gracias a Marité por la confirmación. Nuestro compañero y amigo se llama Hermelindo Alfonso Castro Hernández (Hermelindo como el abuelo y Alfonso como su padre).
Yo no he conocido a Milón, solo a los padres de mi amigo Alfonso y a Rodrigo y a su mujer Olimpia.
Comentario por Paco Salgado (25-05-2010 10:13)
11 "Un nieto de Hermelindo" comenta las cosas que hacía con los perros. Milón escribe este contiño...veridico.
Durante la guerra civil mi padre tiene un perro, Tilín, que le proporciona las mayores satisfacciones. Sin duda el mejor de todos. Es un can inteligente, brincador y efusivo.
En aquellos años la colonia veraniega sorprendida allí por los acontecimientos se amolda a hacer de Villagarcía su normal residencia. Cerca de la estación, en el jardín de Artime, hay un importante núcleo de madrileños que disfrutan de una posición social destacada. En la zona de las obras del puerto la duquesa de Terranova tiene un chalé.
Una tarde de verano la distinguida dama, acompañada de una amiga, ruega a mi padre que su famoso perro haga alguna de las exhibiciones que tantos comentarios origina. El jefe de la estación accede gustosísimo. Suelta el perro que no acaba de dar saltos de alegría. Echan a andar por la vía, charlando, hasta las agujas de entrada sentido Vigo. A todo esto Tilín ha hecho caca y pis y va apaciguando su desenfreno inicial.
En casos como éste, que se repiten a menudo, lo establecido era que a una seña de mi padre cualquiera de los ferroviarios más cercanos situasen al borde de la mesa de trabajo del jefe, en el lado opuesto al que se sienta, los siguientes objetos y por este orden: banderín rojo, banderín verde (hoy es amarillo) y gorra de uniforme. Pero ese día el ferroviario que fuese se equivoca y altera el orden. Mi padre, como es lógico, lo ignora. Y llega la hora de la verdad.
"¡Tilín! ¡El banderín rojo! ¡Corre!" El perro arranca como una máquina. Se le ve desandar los cien metros, alcanzar el andén, girar bruscamente a la izquierda y desaparecer en la oficina del jefe. Al momento sale con algo en la boca y reemprende veloz carrera. "Coño... qué pasa aquí. Este maricón me trae la gorra de uniforme" -se dice para sus adentros el jefe. El perro está ya a su lado ofreciéndole, con su carisma incomparable, el porte a su dueño.
La reacción de Hermelindo no se hace esperar. Coge la gorra, se la encasqueta, acaricia al perro, se vuelve hacia sus distinguidas acompañantes y con un aplomo más que convincente, les dice: "Vean si es inteligente este perro que como sabe que no debo utilizar el banderín sin la gorra, me trae primero la gorra". A continuación: "¡Tilín! ¡El banderín rojo!" ¡Corre! Otra vez emprende el perro la carrera. Hermelindo piensa: "Como vuelva a fallar, esta vez estoy jodido. No tengo disculpa". Pero Tilín regresa veloz con el banderín rojo. La cosa estaba encarrilada. ¡Tilín! ¡El banderín verde! ¡Corre!" Y lo trae sin distraerse ni una fracción de segundo, sin tomarse el más mínimo descanso, voluntarioso y disciplinado.
Con todos mis respetos para la cultura y la lucidez mental de las dos señoras, la arrolladora fuerza de los acontecimientos, tal y cómo se desarrollaron, las dejó impresionadísimas.
Un nuevo éxito del jefe a celebrar en la bodega, con sus amigos, bebiendo el mejor ribeiro llegado de Ribadavia.
Comentario por Milón (25-05-2010 14:33)
12 Milón, tus relatos me dejan impresionado. A medida que se van leyendo, fluyen las imágenes de escenas cotidianas y familiares, porque éstas van implícitas en las palabras. Un saludo y ¡Felicidades!.
Comentario por Roberto Núñez Porto (25-05-2010 18:52)
13 Tiene razón el redactor de o faiado. Quien mejor puede recordar algunas de las muchas anécdotas que protagonizó mi abuelo Hermelindo, es Milón que, según veo, ya se arrancó con un par de comentarios. Yo puedo contar una que presencié allá por el año 1949,que me dejó impresionado:
Cierto día que bajé a su despacho en la estación de Villagarcía que, naturalmente, completaba su decoración con jaulas que contenían pájaros de todos los colores, me dijo: ¿Te gusta aquel jilguero que está allí arriba? Si, le contesté. Bueno, pues te lo voy a regalar, pero ten cuidado que no se te escape. Se subió a una silla y tomó de la jaula el jilguero; se acercó a la puerta de la oficina, que estaba abierta, y me lo ofreció de tal forma que, cuando yo lo iba a coger, él ahuecó sus manos intencionadamente y el pájaro salió volando, perdiéndose de vista en el acto. Me llamó torpe, me regañó por descuidado y me aseguró que no me volvería a regalar un pájaro nunca más en la vida. Bastante apesadumbrado subí a contarle a mi abuela el incidente pero ella, esbozando una sonrisa misteriosa me dijo: No te preocupes, que no pasa nada ¿Es que aún no conoces a tu abuelo? Por la tarde volví a bajar a la oficina y comprendí a qué se refería mi abuela cuando intentaba consolarme. El jilguero estaba de nuevo en su jaula trinando alegremente, como si nada hubiera pasado. Tal era el dominio que tenía sobre aquellos animalitos.
Comentario por Un nieto de Hermelindo (25-05-2010 21:43)
14 Compruebo, con gran satisfacción, que los nietos de don Hermelindo, que han escrito sus anécdotas en este blog, tienen en común unas extraordinarias dotes narrativas. Estoy ansioso por leer las próximas narraciones que, sin duda -al menos, eso espero-, nos ofreceréis. Gracias.
Comentario por Roberto Núñez Porto (26-05-2010 18:20)
15 Muy bien, me alegro que algunos de mis primos se animen a participar, siempre tuve la pena de que se nos fueran olvidando todas las cosas que vivimos en la vieja estación. También que no se conocieran estas dotes narrativas que dice Roberto. Estamos disfrutando de la oportunidad que nos está dando O Faiado. La emoción de leer y compartir con todos vosotros esas vivencias y el cariño que estoy empezando a sentir por todos los que animais con vuestros comentarios a la familia. Cuando mi madre contaba todas éstas anécdotas de mi abuelo, mi novio se celaba. "Tu madre siempre con sus cuentos". Y cuando algún día yo lo invitaba a comer, le decía que iba a prepararle una comida deliciosa pero, que a lo mejor no le compensaba por si mi madre hablaba de mi abuelo...Venia a comer.
Comentario por Marité Montesinos Castro (27-05-2010 18:36)
16 El único visitante asiduo de esta página ajeno al ámbito familiar, Don Roberto Núñez Porto, nos anima a seguir relatando anécdotas del abuelo Hermelindo. Aunque solo sea en agradecimiento al interés que muestra por nuestras pequeñas historias familiares, nos vemos en el deber de no defraudarlo, de manera que aquí van algunos recuerdos de mi lejana infancia, que mantienen viva la admiración por aquel hombre que dedicó su vida al ferrocarril, la naturaleza, la familia y la amistad.
Cuando ya estaba jubilado y vivía en su casa de piedra junto al rio del Con, salía diariamente a pasear a sus perros a un lugar conocido como la Junquera. Una amplia zona semipantanosa que se encontraba, si mal no recuerdo, en el ángulo que forman las carreteras que, desde la rotonda que hay junto al río, van a Lobeira y a Villajuan. Tenía una frondosa vegetación, arbolado abundante y algunas charcas cubiertas por tupidas junqueras en donde, ocasionalmente, anidaban algunos patos salvajes. Allí ejercitaba mi abuelo a sus perros para la caza, aunque en los últimos años de su vida tuvo pocas ocasiones de practicarla. A menudo utilizaba una piel de conejo de monte rellena de paja, que me hacía arrastrar por el suelo sin ningún destino prefijado. Yo daba vueltas con ella alrededor de los árboles; entraba y salía de los matorrales, volvía sobre mis propios pasos y, finalmente, la abandonaba en el lugar más inaccesible al que yo era capaz de llegar. Entretanto mi abuelo, sentado en una piedra, o en algún tronco de árbol caído, sujetaba al perro de forma que no viera la piel de conejo. Cuando yo daba por terminado el periplo mi abuelo soltaba al perro que, al grito de ?busca, busca?, salía a toda velocidad siguiendo el rastro dejado por la piel de conejo; se perdía entre la maleza y, en pocos minutos, aparecía con ella en la boca para satisfacción de mi abuelo. A veces lo hacía con un gazapo vivo y resultaba admirable ver cómo el perro se lo entregaba a su amo sin haberle causado ni el menor rasguño.
Los perros se manchaban mucho en las zonas pantanosas de la Junquera y, antes de recogerlos, solía bañarlos en el rio del Con. Los perros se metían en el río sin ninguna dificultad, pero había un cocker de color marrón que tenía especial adicción al agua y le salió ?mergullador?. Mi abuelo tiraba una piedra al fondo del río que, con la marea alta, podía alcanzar el metro y medio de profundidad y el perro se zambullía, llegaba al fondo y subía con un canto rodado entre los dientes que entregaba orgullosamente a su amo. La piedra que el perro sacaba del río casi nunca coincidía con la que había arrojado mi abuelo, pero el esfuerzo realizado merecía siempre las consabidas palmaditas de felicitación. La buena voluntad del animalito se hacía merecedora del reconocimiento del jefe.
Comentario por El nieto mayor de Hermelindo (27-05-2010 23:58)
17 Más sobre Hermelindo
En una de sus múltiples visitas a la Junquera, localizó un nido de jilguero con cuatro crías recién salidas del cascarón. Es bien sabido que se trata de un pájaro muy apreciado por los aficionados a las aves canoras por sus gorjeos variados y melodiosos; por su atractivo colorido; porque se adaptan muy bien a la cautividad, e incluso porque es posible cruzarlos con canarios, dando lugar a un espécimen mixto que acumula las virtudes de ambos progenitores.
Pensó que le gustaría llevarse aquellos pajarillos para su casa, pero el riesgo de perderlos al separarlos de sus padres era muy elevado. Utilizó entonces un sistema que, según me dijo, ya había empleado en otras ocasiones. Puso el nido con las cuatro crías dentro de una jaula que dejó al pié del árbol donde lo había cogido, con la puerta abierta. Se separó a una distancia prudencial y, al poco rato, pudo ver a los padres revolotear alrededor de la jaula mientras los pajarillos, conscientes de su proximidad, abrían la boca demandado comida. Minutos después, uno de ellos entró y salió de la jaula varias veces hasta que, finalmente, se decidió a alimentar a sus crías. A continuación lo hizo el otro y al cabo de una hora entraban y salían de la jaula con toda naturalidad. En aquel momento separó la jaula unos cincuenta metro en dirección a su casa y la colgó de un poste de teléfonos, siempre con la puerta abierta. Los pájaros localizaron en seguida a sus crías y continuaron alimentándolas, sin el menor recelo a entrar y salir de la jaula. Repitió la operación varas veces hasta que, finalmente, situó la jaula en el alféizar de su ventana y allí acudía la pareja de jilgueros para alimentar a las crías.
Cuando los pajarillos saltaron del nido, cerró la puerta de la jaula para que evitar que salieran, pero los padres continuaron alimentándolos a través de los barrotes hasta que comenzaron a comer solos, en cuyo momento no volvieron a aparecer. Aquellas crías, adaptadas desde el nido a la cautividad, crecieron y se comportaron con la misma docilidad que los canarios.
Comentario por El nieto de siempre (28-05-2010 13:56)
18 Os do Faiado que nos encanta todo o que se esta contando sobre Hermelindo (non vai ser solo Roberto) añadimos que era un investigador das reaccios do mundo animal. A raiz de investigar, domaba. Gracias a o neto de sempre por facernos participes de todo isto. Sin duda tamen e Memoria
Comentario por faiado (28-05-2010 14:13)
19 Los ruiseñores de Hermelindo.
Contaba un chiste el fallecido cómico Paco Gandía en el que un miembro de los servicios secretos tiene que conectar con un colega del que únicamente conoce la dirección. Llama al telefonillo y, muy sigilosamente, recita la contraseña de identificación que tenían pactada: ?Los ruiseñores cantan al amanecer?. Al otro lado del telefonillo una voz de mujer le responde: ?Perdone Vd. Pero el espía vive en el piso de abajo, yo soy la limpiadora..?
Traigo a colación esta broma porque lo único cierto del cuento es que, efectivamente, los ruiseñores cantan al amanecer. Son aves migratorias, tímidas y huidizas que llegan a la península al comenzar la primavera para buscar pareja y formar su prole. Cantan desde muy temprano en lugares, generalmente, poco accesibles. Cuando la salud y el tiempo se lo permitían, mi abuelo salía de casa a las cinco de la mañana con la intención de cazar alguna de esas avecillas y con el difícil propósito de adaptarlas a la cautividad (Hoy ya no sería posible, debido a las especiales medidas de protección vigentes). Utilizaba para ello unas redes circulares en cuyo centro había una pequeña pinza que sujetaba algún insecto vivo. Cuando el pájaro tiraba del insecto para engullirlo, la pinza se movía y se accionaban unos muelles que cerraban la red, aprisionando al ruiseñor sin causarle el menor daño. Digamos que ésta era la parte fácil de la cuestión. Lo verdaderamente difícil era su adaptación a la cautividad. Para lograrlo, encerraba al pájaro en una jaula con los barrotes tupidos por ramillas de mirto, de forma que apenas entraba la luz, con objeto de que no se asustara y evitar que, con el revoloteo, pudiera sufrir algún daño. Poco a poco y en días sucesivos, iba retirando ramitas de la jaula y abriendo huecos que permitían, primero el paso de la luz, después la visión y, al mismo tiempo, que el pájaro se fuera adaptando a la nueva situación. Cuando conseguía su objetivo, los ruiseñores cantaban como si estuvieran en libertad.
La otra gran dificultad era su alimentación. Los ruiseñores son pájaros insectívoros y, en aquellos años, no había en las pajarerías alimentos especiales, como hay en la actualidad. Necesariamente tenía que abastecerse de insectos variados y ahí entrábamos los nietos, que salíamos a cazar moscas y saltamontes que nos pagaba a patacón la docena. Pero la base de la alimentación la formaban, por una parte el gusano de la harina, que es toda una golosina para las aves insectívoras. Estos gusanos los criaba en recipientes de barro llenos de salvado, que iba multiplicando a medida que se iban reproduciendo. A los nietos nos encantaba ver las distintas fases de la metamorfosis de aquellos insectos que, por cierto, no resultaban nada repulsivos. Por otra utilizaba, también, unas cucarachas especiales, pequeñas y de caparazón muy blando, cuyos primeros ejemplares, conseguidos con la mediación de algún otro fanático de las aves, soltó en los trasteros abuhardillados que había a ambos lados de la cocina, en el piso que ocupaba en la estación de Villagarcía, con objeto de tener su propio vivero reproductor de insectos. Allí se multiplicaban más que los conejos y había tantas que, aunque eran de hábitos nocturnos, salían también a pleno día y formaban largas hileras en los baldosines que había alrededor del fogón donde cocinaba mi abuela que, dicho sea de paso, tenía una paciencia infinita con las excentricidades de mi abuelo. Cuando necesitaba cucarachas para alimentar a sus pájaros, colocaba un poco de azúcar en el suelo de la cocina, apagaba la luz y nos retirábamos todos al comedor contiguo. Transcurridos quince o veinte minutos regresábamos, encendíamos la luz y en torno al azúcar podíamos ver cientos de cucarachas amontonadas intentando consumirlo. Era el momento en que los nietos nos abalanzábamos sobre ellas para coger el mayor número posible, antes de que escaparan hacia los trasteros. Nadie comprendía, en aquel tiempo, cómo mi abuela aceptaba convivir con un vivero de cucarachas en su propia cocina, pero así eran las cosas y, gracias a ello, los usuarios del ferrocarril podían disfrutar del increíble canto de los ruiseñores cuando los trenes se detenían en la estación de Villagarcía.
Comentario por Un nieto de Hermelindo (28-05-2010 16:30)
20 Acabo de leer los relatos, que no comentarios, 16, 17 y 19, con verdadero interés -aunque mejor sería decir con devoción-, y son tan amenos, interesantes e instructivos -además de estar escritos con un especial dominio narrativo- que tendrán que pasar, inevitablemente, a formar parte de un libro que, escrito por sus nietos, será el merecido homenaje al gran naturalista que fue don Hermelindo Castro.

Quiero añadir, por considerarlo de justicia, ya que tengo cumplida constancia de ello, que no soy el único visitante asiduo de este apartado. Por el contrario, es notoria la admiración por los relatos protagonizados por vuestro abuelo.
Comentario por Roberto Núñez Porto (28-05-2010 19:26)
21 Me encantan los comentarios. Conocí por Alfonso algunas habilidades de su abuelo y de alguno de sus animales pero alguna de estas es nueva para mi.
Gracias por compartirlas
Comentario por Paco Salgado (28-05-2010 23:33)
22 Cuenta Milón en su libro...Otra peculiaridad de Hermelindo, sin gana de hacer daño.
De portero en la estación de Pontevedra estaba Manoliño, un vejete pequeño, bonachón y orgulloso de saber cantar los minutos de parada de los trenes como nadie en toda la Compañia del Oeste. Tomándose unos ribeiros en el bar del restaurante, que pagaba Hermelindo, claro está, lo convencía de que su fama se iba extendiendo por toda España. "Xa se fala de ti en Madrid, Manoliño"
Un jubiloso día el Rey don Alfonso XIII anuncia su visita a Pontevedra. Mi padre insta al portero para que se prepare concienzudamente porque sabe de muy buena tinta que al Rey le gustan estas cosas. " Non me extrañaría que xa estea desexando escoitarte". Al fin llega la fecha tan deseada por el que se considera el Caruso de la Compañía. El andén está repleto de autoridades y público. El "cantante", bien lavado y bien planchado carraspea y traga saliva para que, llegado el momento de la verdad, su voz despierte la admiración de su Majestad el Rey don Alfonso XIII.
Aparece el tren real. Mi padre, con sus compañeros, no pierden detalle. El convoy entra solemnemente bajo la marquesina. La emoción del modesto ferroviario, que aspira a la fama, es indescriptible. Porque cree de verdad que ya se habla de él en Madrid. Y ahora , ahora mismo, el monarca en persona va a escucharlo. El tren se detiene. Se produce un silencio expectante. El soberano asoma la cabeza todo sonriente. Es entonces cuando nuestro héroe, cumpliendo las consignas de Hermelindo, con sus pulmones llenos a reventar lanza como nunca lo había hecho en su vida su grandilocuente información: "Pontevedraaa..."Si siempre se ponía rojo, aquel día se puso morado. Las aes del Pontevedra seguían saliendo interminables mientras su cara y cuello amenazaban con estallar. Hermelindo se asusta: "Este hombre se nos queda". Cuando ya no puede más toma resuello con aparatosa sonoridad y lanza la segunda parte con intención de situarla, cuando menos, a la altura de la primera:"Cinco minutos de paradaaa..." y otra vez las aes infinitas.
Cuando ya todo hubo pasado y la estación quedó vacía Manoliño es felicitado, abrazado e invitado al bar del restaurante. Mi padre no pierde la ocasión: "O Rei fixouse en ti e fixolle un sinal a un dos secretarios"."Nin gobernador, nin alcalde, nin deus, o amo fuches ti".
Todos los comerciantes, carreros y asiduos de la estación se hacen eco del éxito obtenido por el ferroviario. Manoliño pasa a ser una persona popular en aquel Pontevedra.
Transcurridos unos quince días el cartero habitual llega a la estación con una carta señorial y aristocrática. En el sobre figura, con una letra que parece pintada por Velázquez, su nombre, apellidos y cargo oficial del ya famoso portero de la estación. "Casualmente" están presentes Hermelindo y otros compañeros. Con mano temblorosa y rodeado de curiosos que se apiñan para no perder detalle, el vejete abre la carta. Su Majestad el Rey don Alfonso XIII lo felicita cordialmente por su brillante actuación el día de su visita y seguidamente le notifica, de forma oficial, que queda nombrado "Caballero Cubierto ante el Rey".
Se incrementan los agasajos. Se le aplaude con entusiasmo. Hermelindo remacha:"Polo sinal que vin que lle facía ó secretario eu sabía que o asunto non quedaba así. Dicía o outro día un señor de Madrid no Café Moderno que en toda España non hai mais que tres duques que sexan Cabaleiro Cuberto ante o Rei"
A la semana siguiente Manoliño entra en la oficina del jefe, el señor Silva, profesional de prestigio, y no se descubre.
-Sáquese la gorra, Manuel.
-Es que soy Caballero Cubierto ante el rey.
Parece mentira, Manuel que se deje usted engañar. Todo es obra de Hermelindo.
Para el final de la historia le cedo la palabra al Ponson du Terrail gallego:" Yo era factor principal en la Taquilla. Aquella tarde, como de costumbre, a las 18 horas me dirijo a la oficina del jefe para hacerle entrega de la recaudación. En el pasillo, a solas, me tropiezo con Manoliño que salía del despacho del mandamás con la carta real en la mano. Yo llevaba en las mías un montón de billetes de banco y un cestito a rebosar de duros de plata y moneda fraccionaria. Se detiene y se me queda mirando:"
Dixome o xefe que a carta non é verdade". Reacciono con rapidez: "¡Xa me está fodendo con tantas dúbidas! ¡Toma estes cartos e dame a carta!". Y al tiempo que enfadado le ofrecía con la mano izquierda el tesoro, con la derecha hice ademán de querer arrebatársela."¡A carta non!-gritó estrechándola contra su pecho y echando a correr".
Manoliño fue inmensamente feliz, popular y se tomó gratis muchas chiquitas y alguna que otra merendola.
Comentario por Milón (06-06-2010 19:04)
23 Noraboa a Marite por ter un Abo como Hermelindo, pero tamen por ter a un tio como Milon...¡E boisimo escribindo¡ Seguro que a situacion non tiña nin a metade de gracia que El lle pon.
Comentario por faiado (06-06-2010 19:17)
24 Son fascinantes los pintorescos relatos de Milón sobre esa impagable figura, Don Hermelindo, que me habría gustado haber conocido.
Sin duda, como bien apuntó Roberto, merecen hacer parte de un libro, tanto por la riqueza de contenido como por la sagaz técnica literaria que nos cautiva al leerlos.

Comentario por José Manuel Casalderrey (08-06-2010 04:38)
25 Pues tengo que deciros que no es verdad lo que comentais. Milón es muy ocurrente, tiene "chispa" siempre tiene algo que contar, pero mi abuelo era "chispa, sorna, buen humor, y no se cuantas cosas más". También tiene buenos herederos, varios de mis primos son dignos nietos del Abuelo. Gracias a todos.
Comentario por Marité Montesinos (08-06-2010 20:21)
26 Crónica de La Santa Compaña.
En un mes de septiembre y precisamente a las 12 de la noche, la hora de los aparecidos, por un sendero solitario camina mi padre rodeado de un maiz alto y fuerte a punto de ser recolectado. Regresa de cenar en casa de su amigo el cura de Figueirido. Otros invitados eran el no menos íntimo, cura de Vilaboa y dos sacerdotes más. De todos los comensales Hermelindo era el único autorizado para dar salida a los trenes pero no para absolver pecados mortales, aunque si podía cometerlos. En el momento en que el camino queda más encallejonado entre el exuberante máiz observa como los perros pierden su espontaneidad y se manifiestan como recelosos. "Qué cosa más rara". Se echa él por delante y los anima a seguir avanzando. Pero los perros parecen acoquinados. Como es costumbre en él lleva la escopeta al hombro cargada con cartuchos de perdigón. Se detiene y prepara el arma. Los perros siguen manifestándose inquietos y no avanzan. Al instante llega a los oídos de Hermelindo una lúgubre campanilla que a aquella hora y en aquel lugar causa espanto. El caminante se detiene y permanece atento. Al fin puede ver, atónito, cómo por un camino de carro que corta el sendero, a unos sesenta o setenta metros más abajo desfila lenta, y patética, La Santa Compaña. Es una procesión de aparecidos vestidos de blanco cuyas almas atormentadas desgarran alucinantes lamentos como aviso a los que todavía están a tiempo de arrepentirse y de escoger el camino bueno de la vida. Portan débiles luces más la campanilla que, de cuando en cuando, emite un desgarrador quejido del más allá.
Sin pensárselo dos veces el hombre autorizado para dar salida a los trenes, pero no para perdonar pecados, apunta a la altura de las hojas de máiz, dispara la primera vez, dispara la segunda, y carga a toda prisa. Los perdigones al atravesar cientos de hojas producen un ruido espectacular e intimidatorio. Inmediatamente las almas en pena arremangan sus blancas sábanas y echan a correr en todas direcciones tratando de ocultarse lo antes posible. No queda ni una. La campanilla voló por el aire. Desde un refugio natural una voz potente se hace escuchar: "¡Xefeee...! ¡Non tire que somos nós!" Estamos en 1922. Yo no había nacido ni siquiera había sido encargado a París. Su fama de incrédulo despertaba en muchos la vana ilusión de hacerlo entrar por el aro.
Comentario por Milón (11-06-2010 18:53)
27 Me siguen fascinando, cada día más, los amenos relatos de Milón. Ahora bien, con un personaje -dicho sea con todo respeto- como don Hermelindo, y la excelencia narrativa de su hijo, el incremento de incondicionales seguidores está asegurado.
Comentario por Roberto Núñez Porto (12-06-2010 01:13)
28 Contemporáneo de don Fermín Arines del Campo y otra institución también como Jefe de Estación en Villagarcía, en la primera mitad del siglo XX, fue don Hermelindo Castro, nacido en la orensana estación de Ribadavia el día 20 de Diciembre de 1884, que llegó a la estación vieja de Carril en el año 1935; de su matrimonio con Josefa Iglesias, nacieron siete hijos, de los cuales fallecieron Ramona, Rodrigo (ferroviario), Juan, Alfonso (ferroviario) y Teresa; los otros dos son Laureano (ferroviario) y Marina Castro Iglesias.
Hermelindo Castro ingresó el 24/04/1903 como factor de la Compañía de Orense a Vigo, más tarde integrada en la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste de España; en 1917 ocupó la plaza de factor de 1ª en la estación de Pontevedra y pasó en la década de los veinte a la de Figueirido, como jefe de estación de 4ª; en 1925 ya lo es de 3ª en Tuy; en 1930, con la Segunda República, ocupará la plaza de jefe de estación de 2ª en Ribadavia y, al ascender a jefe de estación de 1ª, permanece en la de Salamanca por el espacio de un mes, para trasladarse Villagarcía en Marzo de 1.935 y tomar posesión como jefe de estación de 1ª en la estación de Carril en 1936. Se jubiló a los 68 años, en 1952, después de 50 años de servicio.
Don Hermelindo fue un gran amante y educador de los animales: tenía toda clase de pájaros que, al posarse, hacían mover artísticamente una serie de aparatos y molinillos dispuestos en las jaulas; un puerco espín, etc. Los perros, que llevaba a la playa de Compostela a enseñarles a portar una piel de conejo rellena de paja, estaban tan bien amaestrados que, cuando los llevaba a cazar, sin comer, iban con una hogaza de pan en la boca y no la comían hasta que, al llegar al monte, les era repartida. También enseñaba a las perdices para la caza; las llevaba en un cesto para soltarlas en el monte y, cuando volvían, cazaba a la que venían detrás de ellas.
Cuentan que, a hurtadillas, retiraba el veneno que su esposa ponía a las cucarachas y luego las cogía para darlas de alimento a los pájaros, así como unos preciosos gusanos que criaba dentro de unas ollas y barriles viejos con salvado y trapos, que guardaba en la bodega. Incluso tenía un jabalí dentro de una jaula al que, frecuentemente, paseaba sujeto con una cadena.
El señor Bescansa, de Santiago, vino a hacer un reportaje sobre las actividades del bueno de don Hermelindo.
Su hijo Laureano, nacido en la primitiva estación de As Neves (Pontevedra), el 08/07/1924, fue también ferroviario durante 45 años y nueve meses; estudió Bachillerato en el Colegio León XIII y el 13/01/1942, aprobó el examen para ingresar en la RENFE; a los pocos meses fue nombrado factor en la estación de Carril, para ser destinado al poco tiempo a Expediciones de Gran Velocidad; estuvo nueve años relevando a los jefes de casi todas la estaciones de Galicia y los últimos veinte años estuvo impartiendo cursos de formación de Mando Intermedios. Contrajo matrimonio con Mercedes Nogueira Rodríguez, ?Chuca?, hermana del empresario y presidente FECA José Luis Nogueira Rodríguez; se jubiló como Inspector agrícola. Su hermano Alfonso fue igualmente Jefe de estación.
Comentario por Daniel Garrido Castromán (16-07-2010 01:16)
29 Daniel, me has dejado "pasmada" doy una vuelta por las galerias, para ver cosas nuevas y también con un poco de añoranza, volver a leer lo que ya pasó...Y me encuentro con tu comentario. Me ha gustado. No sé quien eres pero tienes muchos datos de mi família "veridicos". Si eres hijo del famoso maestro de Carril, yo lo conocí´Otro día con tiempo te contaré una anecdota que yo viví...Graciñas
Comentario por Marité Montesinos Castro (17-07-2010 20:33)
30 Acabo de leer el comentario 28, de Daniel Garrido Castroman y estoy impresionado por la precisión y la profusión de datos biográficos que contiene sobre mi abuelo, a los que tengo que hacer tan solo dos correcciones intrascendentes: Hermelindo nació en la localidad de Ribadavia, pero no en su estación de ferrocarril, y mi tío Milón nunca fue inspector agrícola. Por lo demás, todos los nombres, fechas y datos que se contienen en el comentario, son absolutamente ciertos.
No ocurre lo mismo con cuanto se refiere a sus peculiares aficiones. Sucede a menudo que, el paso de los años (más de sesenta en este caso), magnifica y distorsiona los recuerdos convirtiéndolos en meras aproximaciones a lo que de verdad ocurrió. Tal vez por eso nos dice que ?también enseñaba a las perdices para la caza; las llevaba en una cesta para soltarlas en el monte y, cuando volvían, cazar a las que venían detrás?. Con toda mi consideración para Daniel y a los solos efectos de no desinformar al resto de visitantes de esta página, tengo que decir que tal cosa nunca ocurrió. Difícilmente hubiera podido mi abuelo distinguir sus perdices de las silvestres en pleno vuelo para seleccionar correctamente el tiro. La anécdota, tal y como tuvo lugar, se describe en el comentario nº 3 con absoluta precisión, y a éste me remito para no redundar en lo mismo.
Tampoco tuvo nada que ver el veneno en el asunto de las cucarachas. Estas se criaban en los ?faiados? que había a ambos lados de la cocina con pleno consentimiento de mi abuela que, cono se dice en el comentario 19, tenía una paciencia infinita con las excentricidades de mi abuelo. En una ocasión, desplumó, limpió y cocinó un cuervo como si fuera una perdiz estofada, porque mi abuelo quería gastar una broma a un amigo que había invitado a comer. De manera que nunca hubiera puesto veneno para eliminar las cucarachas que mi abuelo criaba con tanto cuidado.
En todo caso, me alegra mucho que, transcurrido más de medio siglo, todavía haya personas en Villagarcía que recuerden a mi abuelo. Gracias Daniel por tu comentario y perdona las aclaraciones anteriores. Pretendo, únicamente, evitar que las anécdotas se trasformen el leyendas con el paso del tiempo.
Comentario por Edmundo. Nieto. (22-07-2010 18:57)
31 Bien primo, veo que sigues los comentarios de la blogoteca, "el silencio de los corderos..."(léase otros primos)me dá un poco de pena. Creo que nos falta recordar que Hermelindo también tuvo una zorra y un mono que tenía en una jaula en el andén de la estación. Tuvo que retirarlo porque cuando se le acercaba una chica "que le gustaba" se ponía...bueno, QUE SE PONÍA.Daba saltos y gruñia, reia y se agarraba a los barrotes desesperado. Cuando la chica o señora no le gustaba le enseñaba el trasero, con signos de grosería y poca educación. El abuelo no fue capaz de enseñarle buenos modales, ni a ser discreto. Como podeis comprender se retiró rapidamente del andén. Por eso se recuerda poco.
Comentario por Marité Montesinos Castro (25-07-2010 13:22)
32 Quereida Marité: Efectivamente, soy hijo de Jesús Garrido Alvarez, el maestro de Carril.
Sobre los datos de tu abuelo no puiedo recordar de donde los saqué, ya que llevo mucho tiempo dedicándome a estas investigaciones. Posiblemente, Lo de las cucarachas me lo haya contado algún ferroviario que, a lo mejor, se lo inventó; de todas formas, aunque no sea cierto, en tu abuelo, persona entrañable, impulsado por su gran afición al mundo animal, todo era posible.
La fotografía que encabeza estos comentarios dice más que un libro.
Agradezco tu aclaración y haré las oportunas correcciones en mis archivos.Un saludo
Comentario por Daniel Garrido Castromán (20-08-2010 11:50)
33 0
Perdón; mi comentario iba dirigido a Edmundo;pero vale para todos.
Comentario por Daniel Garrido Castromán (20-08-2010 22:01)
34 Querido Daniel: Me encanta empezar así a comunicarme con la gente. Debe ser nostalgia de otros años. Creo que fue en el año 1952 yo iba en el autobús a Carril, al Castro donde vivían mis tíos Rodrigo y Alfonso, era la víspera de reyes y estaba un poco triste, mis padres se habían marchado a Vascongadas ( mi padre destinado) y yo empezaba el bachillerato por eso me tuve que quedar con los abuelos. También dejamos la Estación para vivir en el río del Con, muchos cambios... Pues en aquel autobús delante de mi iban tus padres cargados de paquetes. Hablaban entre ellos pero, yo los oía... Tu padre decía que era una tontería gastar tanto dinero en juguetes, que no valía la pena y que él creía que habría sido mejor hacer el día de Reyes de desayuno una chocolatada con churros...que quedaríais más contentos. Tu madre...(yo estoy de su parte) le dijo que ese día no os acordaríais de desayunar... No se me olvidó nunca. Tengo seis hijos y el consejo de tu madre lo he seguido siempre...Un abrazo
Comentario por Marité Montesinos Castro (29-08-2010 14:10)
35 Soy biznieta de Hermelindo y estoy encantada de ver todo lo que escribe mi familia. Muchas cosas no las sabia. Felicidades al Faiado
Comentario por Pepa Gomez Montesinos (09-10-2010 10:38)
36 Benvida Pepa, noraboa por esa familia e por ser bizneta de Hermelindo
Comentario por faiado (09-10-2010 16:21)
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