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¡UN NEGRO SE HA VUELTO BLANCO! |
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 Hojeando unos ejemplares de prensa escrita, publicados en el ?Mondoñedo? de los años treinta, encontramos una noticia muy curiosa y que nos pareció a la vez muy interesante. Por ese motivo la transcribimos casi al pie de la letra; dice más o menos así: El cónsul de Mónaco en Port eu Prince ha enviado al Dr. Marsan, médico jefe del Hospital de Mónaco y director de Asuntos Exteriores del principado, una extensa nota y fotografías explicando como un negro de Haití se ha vuelto blanco por una imprudencia.
El negro se llamaba Ismeón Dauphin, tenía 64 años, y se ha visto blanqueado a consecuencia de una imprudencia que cometió al seguir un tratamiento contra el asma. Ismeón Dauphin trataba su afección por medio de unos polvos de un grano producido por una planta de la familia de las papilonáceas llamada Roiry, medicamento que era preciso tomar en pequeñas dosis. El enfermo, impaciente, pensó que se curaría antes tomando fuertes dosis e ingirió dos granos de la citada planta en el trascurso de pocas horas, cuando dicha cantidad de medicamento debía haberle bastado para varios días. A la hora escasa de haber tomado la expresada dosis de medicina, el negro se puso gravísimo, quedó en estado comatoso y permaneció así cinco días. Sus familiares consiguieron reanimarle por medio de una infusión de hojas de un árbol del país y de sulfato de sosa, pero Ismeón quedó ciego durante dos meses, sufriendo durante este tiempo picores intolerables en todo el cuerpo. Al cabo de dos meses cesó la ceguera y al mismo tiempo advierten cuantos lo conocían que había dejado de ser negro, teniendo la piel del mismo color que cualquier blanco.(1)
(1)- Semanario ?HOY?, de 1 de julio de 1933, año 1, número 25.
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-TRISTE DESPEDIDA- |
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Recogí todas mis pertenencias de la taquilla del vestuario de la empresa. Caminé hacia la báscula, me despedí del compañero que ocupa ese puesto. Llegué a la acera, miré a mi derecha y contemplé las edificaciones en las que había trabajado durante veintitrés años de mi vida, en las que vi a mi padre levantar los primeros pilares, en las que vi trabajar a mi hermano siendo un adolescente. Los mejores años de mi vida quedaban allí. No sentía rencor hacia los que habían tomado la nefasta decisión de dejarnos sin trabajo a 62 personas. Veintitrés años quedaban atrás, de las frías madrugadas de invierno, de trabajar los eternos días festivos y domingos, de soportar las difíciles noches, de soportar los gases de las prensas y del tablero melaminado barnizable, del ruido de la peladora, de soportar explosiones en el secadero, de ver compañeros accidentados gravemente e incluso muertos, etc. También quedan atrás los sueldos millonarios de unos, las grandes cotizaciones a la seguridad social de otros, los pluses de alimentación, las cuantiosas dádivas a algunos. A unos nos salieron canas y alguna arruga, a otros les quedan secuelas físicas importantes y otros ya no lo pueden contar. Durante todo este tiempo hemos aprendido a soportar actitudes chulescas, abusos de autoridad, desprecios y sobreesfuerzos físicos. Aprendimos a estar sordos y ciegos y a mirar para el otro lado. La mayoría de estas cosas iban contra nuestros principios, para lo que humildemente habíamos sido educados. A duras penas lo fuimos superando todo. Ahora nos encontramos en una situación totalmente nueva para nosotros, con más edad, sin una profesión cualificada, sin trabajo alguno en toda la comarca y la mayoría con cargas familiares. No sabemos qué será de la mayoría de nosotros en los próximos años. La situación laboral está muy difícil para todos.
Andrés García Doural
ex-empleado de ECAR
-Mondoñedo-
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