 ?Media hora despois Villarino, corneta da compañía de ?voluntarios da liberta?, e Montero(1) que fora tambor de Peseteros na guerra do 34, tocaban chamada polas calles de Mondoñedo. Na praza da Constitución, formaban aquela lexión de guerreiros invencibles, que non tiñan máis uniforme que un kepis ó modo de cazola posto na cabeza, e polo demais, un levaba chaqueta de saial, outro de somonte, outro un xubón amárelo, outro calzós cortos, outro cirolas, e os demais ejusdem furfuris?(2).
La obra de ?Xan de Masma?, titulada ?A Besta?, más que una novela, es parte de la historia del Mondoñedo del siglo XIX.
(1)- José Montero López era hijo de Francisco Montero y de Dominga López. En el año 1829 se hallaba casado con Antonia López y residía en el bario del Coto de Otero de Mondoñedo. En el mes de diciembre de 1835, José Montero servía como tambor en la compañía de la Guardia Nacional de Mondoñedo. El 15 de enero de 1836, el Consejo de disciplina y administración de la Guardia Nacional por ?justos motivos? decide apartarlo de la plaza de tambor. En el mes de agosto de 1836 ocupaba el puesto de tambor de la Guardia Nacional de Mondoñedo Antonio Grandio López. Éste era hijo de Juan Grandio y de María Juana López, contaba con 17 años de edad y anteriormente había prestado los servicios de tambor en la villa de Ribadeo.
Él corneta que también se cita se llamaba Santiago Villarino.
(2)- Xan de Masma ¡A Besta!, página 214.
AGD
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 No se pretende hacer una reseña, de las de profesionales, al estilo de Pepe Castañares o de D. Mendo. Se pretende informar, a largos rasgos, a los lectores de la monumental becerrada celebrada un miércoles en Mondoñedo.
La plaza, una completa barricada de tableros. Mucho público, mucha alegría, mucha niebla, mucha ansia de presenciar la mejor becerrada que desde años no obtuvo tanto cartel en toda la comarca.
El ganado regular, de buena talla y presentación, pero de poca bravura. El único que entusiasmó al público fue el quinto. Los espadas no pudieron lucir sus aptitudes, que los ponderan como los primeros del noble arte.
Farruco Bota, de azabache y negro, desafortunado en sus dos becerros y extremadamente desastroso en su segundo, que tuvo que aguantar una lluvia de improperios del público y un aviso de la Presidencia.
Nicanor Perales, de verde botella, destacó por sus pases ceñidos. Se vió a un torero valiente y acertado, obteniendo una ovación del respetable y el rabo y una oreja con vuelta al ruedo, en su primer becerro. En su segundo, se lució con el capote, en cambio, de muleta estuvo algo flojo.
El Niño de la Oliva, de grana y oro, resultó su faena en el primer becerro regular, aunque veroniqueó excelentemente. Al segundo becerro, de una estocada certera hizo rodar al bicho, escuchando una interminable ovación y consiguió una oreja.
Los picadores, con medias puyas, querían hacer una meritoria labor. Uno de ellos hizo muy vistosa la suerte de varas.
Los banderilleros, solamente uno de gesto gruñón, regordete, pero de temperamento ?ardilla? fue el que colocó el mejor par de la tarde. Hubo un D. Sancho, o bien por su mediocridad, o bien por su voluminoso vientre, no fue capaz de colocar un par, siempre que actuaba tenía para el bicho ¡nones!. Y por no dejar sin recordar a las mulillas diremos que para su pesada labor, obtuvieron una ración suave de fusta en vez de una cazuela de cebada.
Y terminó la fiesta, como generalmente todas, después de tomar el fresco en la plaza, de aumentar bruscamente la tensión nerviosa, de beberse fresca agua con azucarillos y de saborear unos caramelitos café y leche de Teruel.
Cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad.
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