 El día 8 de septiembre de 1966, un grupo bastante numeroso de personas adultas, acompañadas de algunos niños, todos residentes en diversas parroquias de Mondoñedo, en un reluciente autobús de la empresa ?Autos Carreiras? de Gontán (Abadín) se desplazan al Santuario de Nuestra Señora del Conforto (A Pontenova). El trazado de la carretera de Mondoñedo A Pontenova, todavía se hallaba en gran parte sin asfaltar y las piedras que se hallaban sueltas en su pavimento golpeaban con violencia la parte inferior del vehículo, llenando de curiosidad a aquellos niños, que íbamos asomados en el cristal posterior del autobús.
A primera hora de la mañana iniciamos el tránsito por aquella estrecha y sinuosa carretera. Después de subir al alto de Lindín, de atravesar la Fraga de Rioseco, ascendemos a la Cruz da Cancela; posteriormente descendemos a Riotorto y después de dar numerosas curvas, llegamos A Pontenova. Por último, atravesamos el cauce del río Eo y nos acercamos al Santuario del Conforto.
En este lugar, los pasajeros descendimos del autobús y a continuación ascendimos por el empinado sendero hasta junto del Santuario. Penetramos en el interior del bonito y bien cuidado edificio religioso, todo repleto de personas, nos ?pusieron el santo?, escuchamos con devoción la misa y después de rematada ésta, nos acercamos a la fuente de Nuestra Señora, situada a pocos metros de la fachada principal del templo, a cumplir el rito de ?beber de la fuente milagrera de la Virgen?, o ?enxogar o pano?, es decir, mojar en el agua de la fuente los pañuelos de mano y luego pasarlos por manos y cara. Después, algunos devotos dejan los pañuelos colgados en unos grandes rosales existentes.
Como disfrutábamos de un excelente día y nuestro padre se había comprado una cámara de fotos, marca Kodack, durante su estancia laboral en Suiza, nos hicimos unas fotografías los familiares como recuerdo en el frontal del Santuario del Conforto y otras junto a la citada fuente.
Como se acercaba la hora de la comida, ascendimos de nuevo al autobús y descendimos en él hasta A Pontenova y una vez allí, junto a los viejos raíles y traviesas del tren minero que comunicaba, hasta no hacía mucho tiempo, A Pontenova con el cargadero de mineral de Ribadeo.
Nos fuimos instalando en pequeños grupos para comer; unos a la sombra de pequeñas edificaciones y otros a la de algunos árboles. Las mujeres llevaron en cestos, como de costumbre, abundante y sabrosa comida.
A media tarde, iniciamos el camino de regreso a nuestros domicilios.
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