
A primera hora de la fresca mañana del 28 de junio de 1981, partimos desde el Regimiento de Artillería Lanzacohetes de Campaña de Astorga (León), montados en numerosos vehículos ligeros y con un Grupo Mixto de Obuses 105/26 y Lanzacohetes L-10 en dirección a la ciudad de León para participar en el acto de homenaje a la Bandera ofrecido por la capital de la provincia. Entramos en la capital leonesa por la carretera de circunvalación, después de rebasar el bonito edificio de la plaza de toros, giramos a nuestra izquierda, e iniciamos el trayecto del hermoso paseo de Papalaguinda. Al poco de entrar en el citado paseo, estacionamos los Lanzadores, Obuses y vehículos ligeros en su margen derecho, descendemos de los vehículos, formamos enfrente a ellos y un poco más tarde, nos pasan revista las autoridades civiles y militares. Después de rematada la revista, nuestros mandos ordenan montar en los vehículos, ponerlos en marcha y mantenernos en posición de espera, para iniciar el desfile a lo largo del paseo de Papalaguinda, hasta rematar junto al noble edificio de San Marcos.
En estos momentos, es cuando ocurre la anécdota que voy a relatar con brevedad: ?el soldado conductor del tercer Lanzador, del que era jefe de pieza, mi compañero y amigo, el sargento de complemento D. Santiago Quirós Marrube, no logra arrancarlo. El teniente Bao, jefe de la línea de Lanzadores, le grita al sargento D. Javier Sardina, jefe del primer Lanzador, pero que también era el encargado del mantenimiento de todos los vehículos de la batería ¡arráncalo Sardina!. El sargento Sardina, desciende inmediatamente de su Lanzador y asciende de un salto al gran motor del tercer Lanzador. No perdió tiempo en sacarse los guantes blancos que vestíamos, levanta el pesado capot del motor que no quería arrancar y comienza a hurgar en ?sus tripas?. Al poco rato ordena al soldado conductor del vehículo que intentara arrancarlo de nuevo. Por fin arrancó, ¡vaya alivio! exclamaron algunos. La tensión se palpaba en ese momento, incluso los mandos superiores llegaron a tomar la decisión de dejar el vehículo si no arrancaba, en el lugar en donde se hallaba, hasta el remate del desfile.
Como los jefes de Lanzador desfilamos sentados junto al conductor, y la puerta lateral del vehículo era alta, las autoridades civiles y militares y el numeroso público existente, no podían ver los guantes al sargento Sardina. Sus guantes ¡no eran blancos, eran negros!
A.G.D. ex-jefe de pieza del cuarto Lanzador L-10, de la segunda batería del R.A.L.C.A.
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