
Recogí todas mis pertenencias de la taquilla del vestuario de la empresa. Caminé hacia la báscula, me despedí del compañero que ocupa ese puesto. Llegué a la acera, miré a mi derecha y contemplé las edificaciones en las que había trabajado durante veintitrés años de mi vida, en las que vi a mi padre levantar los primeros pilares, en las que vi trabajar a mi hermano siendo un adolescente. Los mejores años de mi vida quedaban allí. No sentía rencor hacia los que habían tomado la nefasta decisión de dejarnos sin trabajo a 62 personas. Veintitrés años quedaban atrás, de las frías madrugadas de invierno, de trabajar los eternos días festivos y domingos, de soportar las difíciles noches, de soportar los gases de las prensas y del tablero melaminado barnizable, del ruido de la peladora, de soportar explosiones en el secadero, de ver compañeros accidentados gravemente e incluso muertos, etc. También quedan atrás los sueldos millonarios de unos, las grandes cotizaciones a la seguridad social de otros, los pluses de alimentación, las cuantiosas dádivas a algunos. A unos nos salieron canas y alguna arruga, a otros les quedan secuelas físicas importantes y otros ya no lo pueden contar. Durante todo este tiempo hemos aprendido a soportar actitudes chulescas, abusos de autoridad, desprecios y sobreesfuerzos físicos. Aprendimos a estar sordos y ciegos y a mirar para el otro lado. La mayoría de estas cosas iban contra nuestros principios, para lo que humildemente habíamos sido educados. A duras penas lo fuimos superando todo. Ahora nos encontramos en una situación totalmente nueva para nosotros, con más edad, sin una profesión cualificada, sin trabajo alguno en toda la comarca y la mayoría con cargas familiares. No sabemos qué será de la mayoría de nosotros en los próximos años. La situación laboral está muy difícil para todos.
Andrés García Doural
ex-empleado de ECAR
-Mondoñedo-
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