 No se pretende hacer una reseña, de las de profesionales, al estilo de Pepe Castañares o de D. Mendo. Se pretende informar, a largos rasgos, a los lectores de la monumental becerrada celebrada un miércoles en Mondoñedo.
La plaza, una completa barricada de tableros. Mucho público, mucha alegría, mucha niebla, mucha ansia de presenciar la mejor becerrada que desde años no obtuvo tanto cartel en toda la comarca.
El ganado regular, de buena talla y presentación, pero de poca bravura. El único que entusiasmó al público fue el quinto. Los espadas no pudieron lucir sus aptitudes, que los ponderan como los primeros del noble arte.
Farruco Bota, de azabache y negro, desafortunado en sus dos becerros y extremadamente desastroso en su segundo, que tuvo que aguantar una lluvia de improperios del público y un aviso de la Presidencia.
Nicanor Perales, de verde botella, destacó por sus pases ceñidos. Se vió a un torero valiente y acertado, obteniendo una ovación del respetable y el rabo y una oreja con vuelta al ruedo, en su primer becerro. En su segundo, se lució con el capote, en cambio, de muleta estuvo algo flojo.
El Niño de la Oliva, de grana y oro, resultó su faena en el primer becerro regular, aunque veroniqueó excelentemente. Al segundo becerro, de una estocada certera hizo rodar al bicho, escuchando una interminable ovación y consiguió una oreja.
Los picadores, con medias puyas, querían hacer una meritoria labor. Uno de ellos hizo muy vistosa la suerte de varas.
Los banderilleros, solamente uno de gesto gruñón, regordete, pero de temperamento ?ardilla? fue el que colocó el mejor par de la tarde. Hubo un D. Sancho, o bien por su mediocridad, o bien por su voluminoso vientre, no fue capaz de colocar un par, siempre que actuaba tenía para el bicho ¡nones!. Y por no dejar sin recordar a las mulillas diremos que para su pesada labor, obtuvieron una ración suave de fusta en vez de una cazuela de cebada.
Y terminó la fiesta, como generalmente todas, después de tomar el fresco en la plaza, de aumentar bruscamente la tensión nerviosa, de beberse fresca agua con azucarillos y de saborear unos caramelitos café y leche de Teruel.
Cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad.
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