
A triste realidade que estamos a vivir, coa escalada de violencia e morte nestas datas en Gaza, no conflico xudeo-palestino é un problema de vello. Curiosamente en agosto de 1947 RSP adicoulle este artigo que reproducimos a continuación...
7 de agosto de 1947
NO NOS LLEVES, SEÑOR, A JERUSALÉN
Por Ramón Suárez Picallo
Los viejos salmos que hablan de Jerusalén como remanso final de la vida eterna, están de capa caída. La vieja ciudad?símbolo, de que hablan los textos sagrados, ha dejado de ser la deseada gloria para trocarse en un pavoroso infierno de crímenes y de violencias. Judíos contra árabes. Árabes contra judíos e ingleses contra todos, los otros, convirtieron a la urbe santa, en un tremendo campo de Agramante, que se parece a todo, menos a la paz que ella simboliza dentro de la civilización cristiana.
Lugar sagrado donde discurrió el más estupendo drama de todos los siglos, del que fuera protagonista el Hombre que proclama la paz en la tierra para todos los seres de buena voluntad, está ahora hirviendo por los cuatro costados, envuelta en las llamas vivas del rencor y de la represalia, como rotunda negación de su carácter milenario.
En efecto, organizaciones judías, inusitadas por su violencia en la trayectoria espiritual e histórica del pueblo hebreo, proverbialmente pacíficas, han proclamado como doctrina y como norma la Ley del Talión: ?ojo por ojo y diente por diente?. Y matan y ahorcan en forma inmisericordiosa a los que consideran sus adversarios y enemigos de la Independencia de su Patria.
Por su parte, los así combatidos, alzan también la horca vil como respuesta, ratificando el mismo brutal procedimiento; y últimamente, han iniciado otra manera de responder: se ha dado comienzo a la voladura de edificios de propiedad y significación judía, y se asegura que están dispuestos a arrasar Jerusalén, sin dejar en ella piedra sobre piedra.
El tremendo drama social y político, que tiene por escenario a la Tierra Santa de Palestina, es de tal profundidad, anchura y largura, que nos veda entrar en él a quienes no somos sus directos protagonistas; pero como hombres civilizados, que estimamos en mucho a nuestra cultura cristiana y a los lugares que fueron su cuna, podemos y debemos gritar nuestra angustia, pidiendo consideración y respeto, por lo menos, para las piedras venerables de Jerusalén, ya que es muy difícil pedir igual cosa para las vidas humanas que discurren por sobre ella. No podemos recordar sin emoción el entierro de algún ser querido, en el que clamaba la voz suplicante del sacerdote: ?Condúcele, Señor, a Jerusalén, a tu santa Jerusalén?. Pero si las cosas siguen así tendremos que volver al revés la vieja oración y gritar: ?No nos conduzcas, Señor, a Jerusalén, porque allí no existe tu paz?.
(Artigo publicado no xornal La Hora, en Santiago de Chile, tal día como hoxe pero de... 1947) |